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Luca Longo

Estafadores sin escrúpulos, como Jan Hendrik Schön, pueden minar la confianza popular en la ciencia, la principal herramienta que nos permitirá afrontar el reto de la sostenibilidad

A principios de la década de 2000, el mundo de la física parecía haber encontrado a su nuevo prodigio. Jan Hendrik Schön, un joven investigador alemán empleado en los legendarios Laboratorios Bell de Estados Unidos, estaba causando sensación como pocos antes que él. En menos de dos años, Schön había publicado más de treinta artículos en algunas de las revistas científicas más prestigiosas del mundo, como Nature, Science y Physical Review Letters. Y no eran artículos cualquiera: sus investigaciones prometían revolucionar campos enteros de la física y la electrónica.

El nacimiento de un genio

Su trabajo más famoso, el que más atención atrajo, se refería al transistor molecular. Schön explicó cómo había conseguido crear un dispositivo que podía funcionar como un transistor -el componente fundamental de cualquier circuito electrónico- pero que era increíblemente pequeño: tenía el tamaño de una sola molécula. Este descubrimiento estaba destinado a llevar los límites de la miniaturización de los dispositivos electrónicos más allá de lo imaginable, allanando el camino hacia ordenadores increíblemente potentes y dispositivos electrónicos increíblemente pequeños.

Pero no se detuvo ahí. Schön también afirmó haber descubierto cómo manipular la electrónica de los superconductores -materiales que pueden conducir la electricidad sin resistencia- no a temperaturas cercanas al cero absoluto (el límite, 0 grados Kelvin equivalentes a 273 grados centígrados bajo cero, más allá del cual no se puede ir), sino a temperaturas relativamente altas, mucho más fáciles de alcanzar en la práctica industrial. Esto habría revolucionado la tecnología energética, es más: todo el mundo tecnológico en el que estamos inmersos.

En los albores de la revolución tecnológica

En lugar de darse por satisfecho con su éxito, publicó artículos científicos en los que explicaba cómo había desarrollado una nueva técnica para transformar materiales aislantes en semiconductores: un descubrimiento que estaba destinado a cambiar la forma de construir microchips. En resumen, parecía que Schön había encontrado la fórmula mágica para resolver algunos de los problemas más difíciles y complejos de la física moderna.

Como era de esperar, la comunidad científica estaba conmocionada. Cada una de sus publicaciones fue recibida con entusiasmo y Schön se convirtió rápidamente en una estrella. Su trabajo le valió varios galardones prestigiosos, como el Premio de Investigación de Braunschweig en 2001 y el Premio al Investigador Joven Destacado de la Sociedad de Investigación de Materiales. También recibió el Premio Otto Klung Weberbank de Física y fue incluido en la lista de los mejores innovadores menores de 35 años de MIT Technology Review. Muchos le consideraban un futuro Premio Nobel. Parecía que nada podía detener a este joven genio.

¿O fue sólo una metedura de pata?

Sin embargo, como suele decirse, cuando algo parece demasiado bueno para ser verdad… probablemente no lo sea. Y así ocurrió con Schön. La comunidad científica, inicialmente fascinada por sus descubrimientos, empezó a tener dudas. La primera sospecha surgió cuando algunos físicos intentaron reproducir sus experimentos. En ciencia, la reproducibilidad es crucial: si un experimento no puede ser repetido por otros científicos en distintos laboratorios, algo falla. Y, al parecer, los experimentos de Schön eran extremadamente difíciles de reproducir.

Como ocurre en los mejores thrillers, poco a poco fueron apareciendo otros detalles que levantaron sospechas entre sus colegas. La primera llamada de atención la dieron algunos investigadores que, al analizar los gráficos que Schön había incluido en sus artículos, notaron algo extraño: en varios estudios, los gráficos de los datos experimentales eran sorprendentemente similares, casi idénticos, incluso cuando los datos procedían de experimentos distintos y se referían a materiales diferentes.

El diablo se esconde en los detalles

Por ejemplo, en un estudio Schön presentó un gráfico que mostraba cómo se comportaba un determinado tipo de transistor a temperaturas extremadamente bajas. En otro estudio, mostraba un gráfico similar para un transistor completamente distinto a temperaturas diferentes. Pero si se ponían estos dos gráficos uno al lado del otro, era evidente que las curvas eran prácticamente superponibles, como si se hubieran copiado y pegado de un estudio a otro. Ahora bien, en ciencia, si dos experimentos diferentes producen datos idénticos, saltan las alarmas. Los experimentos científicos suelen estar influidos por muchas variables, por lo que es normal esperar diferencias en los resultados. Cuando los gráficos son idénticos, significa que algo va mal: o bien los experimentos se han replicado a la perfección -lo cual es muy poco probable- o bien los datos han sido manipulados.

Pero la cosa no acabó ahí. Otro detalle comprometedor era que Schön afirmaba haber medido ciertas propiedades físicas con una precisión y detalle incompatibles con la instrumentación disponible en la época. Por ejemplo, afirmaba haber observado fenómenos eléctricos a escala molecular utilizando instrumentos que, según los expertos, técnicamente no podían medir con esa precisión debido a las limitaciones tecnológicas de la época. Esto llevó a muchos a preguntarse cómo había conseguido Schön unos resultados tan increíbles, mientras que otros laboratorios de investigación con el mismo o incluso mejor equipamiento eran incapaces de reproducirlos.

Llegados a este punto, las sospechas se hicieron demasiado fuertes como para ignorarlas. Los Laboratorios Bell, conscientes de la gravedad de la situación, crearon un comité interno de investigación formado por algunos de los científicos más respetados del sector. El comité comenzó a examinar cuidadosamente todos los artículos de Schön, comparando datos, analizando los métodos utilizados y buscando cualquier discrepancia. Lo que descubrieron fue estremecedor.

Deja la máscara

El informe del comité, publicado en octubre de 2002, reveló que Schön había manipulado y falsificado datos en al menos 16 de sus artículos. En algunos casos, había copiado y pegado los mismos gráficos en varios artículos, cambiando sólo los rótulos. En otros casos, había falsificado completamente los datos, publicando resultados que nunca se habían obtenido. De hecho, muchos de sus descubrimientos más revolucionarios no eran más que ficción.

Un caso emblemático fue el del transistor molecular. Schön afirmó haber realizado experimentos a temperaturas extremadamente bajas, pero una cuidadosa comprobación de los datos demostró que los resultados no podían ser reales.

En un caso, Schön había publicado un gráfico que, según él, representaba un experimento realizado a 4,2 Kelvin (-269°C). Sin embargo, los expertos observaron que el ruido de fondo del gráfico era idéntico al que se obtendría a temperaturas mucho más altas, lo que sugería que el experimento nunca se había realizado en esas condiciones.

La caída

Al ser interrogado, Schön no pudo dar ninguna explicación convincente. No pudo presentar los cuadernos de laboratorio con los registros de sus experimentos porque, según él, los había «perdido». Además, muchos de los aparatos que había utilizado para sus experimentos habían sido desmontados, por lo que era imposible verificar de forma independiente sus resultados.

Con esta abrumadora evidencia, la comunidad científica se dio cuenta de que había sido engañada. Schön, que había sido aclamado como un genio, fue despedido de los Laboratorios Bell y sus publicaciones fueron retiradas de las revistas científicas. Su carrera, que parecía destinada a un futuro brillante, quedó destruida. Con la espalda contra la pared, se vio obligado a admitir que, efectivamente, había inventado algo para no perder el tiempo experimentando, pero que el resto de sus datos y teorías estaban meridianamente claros. Después de lo descubierto, ya nadie podía creerle.

Con el método científico, la verdad sale a la luz tarde o temprano

Una historia muy triste, que no hace honor a la ciencia. Pero hay un aspecto positivo en todo este asunto. A pesar del fraude, la comunidad científica ha demostrado que es capaz de descubrir y corregir errores, incluso cuando los comete alguien considerado un prodigio. El método científico, con su rigor y su insistencia en la reproducibilidad, permitió desenmascarar a Schön y evitar males mayores.

El caso de Jan Hendrik Schön nos recuerda que la ciencia es una empresa humana y, como tal, está sujeta a errores y a veces incluso a engaños. Sin embargo, gracias al método científico, la verdad siempre sale a la luz. Este proceso de autocorrección es lo que hace que la ciencia sea tan poderosa y fiable: a pesar de sus imperfecciones, es un sistema que se purifica y fortalece con el tiempo. Es a través de este proceso como podemos seguir confiando en la ciencia para que nos guíe hacia un futuro mejor, incluso cuando nos enfrentamos a retos complejos e inciertos como los que plantean los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.

Luca Longo
ESCRITO POR Luca Longo

Químico industrial, químico teórico, periodista, comunicador y divulgador científico.

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