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Cuando pienso en sostenibilidad digital, no sólo pienso en servidores, plataformas o algoritmos. Pienso en la capacidad de las tecnologías para tender puentes, generar comunidades, crear valor social. En su capacidad para transformarse en herramientas -a veces digitales, a veces simplemente profundamente humanas- capaces de hacernos sentir parte de un diseño común.

Esto es lo que me animó durante más de diez años en esa parte del trabajo -creo que la mejor, antes de la aventura de la Fundación para la Sostenibilidad Digital- que hice con las Naciones Unidas al otro lado del océano.

Y es por esta razón que hoy, como presidente de la Fundación para la Sostenibilidad Digital, les hablo con orgullo y quizás un poco de emoción de nuestra asociación con Monopolele, Festival Mediterráneo del Ukelele: un proyecto que capta plenamente el espíritu de nuestra misión.

Monopolele no es sólo un festival de música. Es una idea. Un gesto poético nacido de la intuición visionaria de Mauro Minenna, querido amigo y compañero de mil reflexiones sobre la sostenibilidad, y Salvo McGraffio, espíritu creativo y anarquista en el sentido más noble del término. Nacido cuando el mundo resurgía de la primera fase de la pandemia, Monopolele nos recordó -con la vibrante sencillez del ukelele- que sí, que podíamos y debíamos volver a jugar juntos. Que no había que temer al futuro, sino jugar a coro.

La música es el más antiguo de los lenguajes. No pide traducciones, no pone condiciones. En este sentido, el ukelele, pequeño y poderoso, se convierte en un símbolo de accesibilidad y unidad. Del mismo modo que la tecnología, bien dirigida, puede conectar a las personas más allá de las barreras geográficas y culturales, el ukelele nos enseña que no hacen falta grandes medios para crear una conexión auténtica. Todo lo que se necesita es un corazón abierto y una cuerda que pulsar. Y esto es lo que Mauro y Salvo llevan demostrando desde hace cuatro años, trayendo a Monopoli a artistas y aficionados de todo el mundo para que se conozcan y se encuentren unidos por cuatro cuerdas que vibran y resuenan afinadas por la amistad y la pasión. Cuatro años que, curiosamente, se corresponden a la perfección con la vida de nuestra Fundación.

Suena extraño decirlo, pero el ukelele es, a su manera, una forma sostenible de tecnología. Es replicable, inclusivo, democrático. No necesita electricidad, no consume energía y, de hecho, la genera, aunque no se mida en kilovatios. No consume, sino que devuelve. Es una tecnología que nos gusta, porque nos recuerda que la sostenibilidad no está sólo en los materiales, sino sobre todo en los modelos: de relación, de expresión, de comunidad. Y como el ukelele, tenemos una utopía de buena tecnología que rompe barreras en un mundo que necesita crecer unido.

La Fundación trabaja cada día con sus miembros, socios, empresas y personas para apoyar el desarrollo de ecosistemas digitales inclusivos. Monopolele hace lo mismo, pero con billetes. Donde nosotros invertimos en infraestructuras y competencias, ellos invierten en sonrisas y armonías. Sin embargo, el objetivo es común: construir resiliencia, generar confianza, recordar que la unidad -ahora más que nunca- es la única forma posible de auténtica innovación.

La sostenibilidad digital significa afrontar la complejidad del presente con herramientas que nos permitan no perder el norte de cara al futuro. Monopolele eligió el arte, la belleza, la música. Nosotros elegimos la tecnología y el pensamiento crítico. Pero en el fondo nos mueve el mismo fuego: la convicción de que la transformación -digital o musical- debe servir para construir un mundo más justo, más humano, más armónico.

Esta asociación no nace de un cálculo estratégico, sino de un vínculo profundo. Nace de la amistad, la estima y una visión común de un futuro en el que tocar juntos no sea una metáfora, sino un objetivo. Doy las gracias a Mauro, a Salvo y a todas las personas que cogen un ukelele no para escapar del mundo, sino para mejorarlo. Nosotros, como Fundación, estamos con vosotros. Y -desde hoy, también oficialmente- tocamos juntos.

ESCRITO POR Stefano Epifani

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