
Una retirada silenciosa está redefiniendo la sostenibilidad corporativa. Mientras tanto, los fondos ESG se encuentran atrapados entre la presión financiera y la incertidumbre de las políticas medioambientales
Los sorprendentes resultados de las recientes elecciones presidenciales estadounidenses no sólo han pillado por sorpresa a los encuestadores: el panorama de Estados Unidos -y, por tanto, del mundo- está cambiando rápidamente, devolviendo a los combustibles fósiles al centro del debate y reduciendo el énfasis en las políticas medioambientales.
El cambio coincidió con una nueva tendencia observada en la comunicación de muchas empresas, sobre todo en el sector energético: el greenhushing.
Esta estrategia de no divulgar abiertamente las iniciativas de sostenibilidad medioambiental es una respuesta a la creciente presión política, económica y social, con importantes consecuencias locales y mundiales.
¿Qué es el greenhushing?
Se trata de un fenómeno en el que las empresas, incluso las comprometidas en iniciativas concretas para reducir su impacto ambiental, deciden no hacer públicos sus avances en este campo. Esta elección obedece principalmente al temor a ser acusadas de «greenwashing» -es decir, de declarar compromisos medioambientales sin el apoyo adecuado en acciones concretas- o de atraer críticas y la atención no deseadas de legisladores o grupos de presión.
En 2023, un informe de la organización The Carbon Trust muestra que casi el 25% de los directores de empresas declararon haber reducido la comunicación sobre sus iniciativas ESG (Environmental, Social, and Governance) debido a presiones políticas y sociales. Este fenómeno es especialmente frecuente en Estados Unidos, donde la polarización política ha dividido mucho el debate sobre el clima, pero es probable que se extienda por todo el planeta.
Las raíces del «greenhushing
Durante su anterior mandato presidencial, Donald Trump ya se había distinguido por una política fuertemente orientada a apoyar los combustibles fósiles, con iniciativas como la retirada de Estados Unidos del Acuerdo Climático de París y el apoyo activo a los productores de combustibles fósiles. Hoy, mientras prepara su regreso a la Casa Blanca, ha reforzado esta línea, con su promesa de desmantelar laLey de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglasen inglés), una ley histórica aprobada bajo la Administración Biden que destina unos 370.000 millones de dólares a promover el desarrollo de las energías renovables y las tecnologías verdes.
Entre los primeros actos prometidos de la futura Administración están la eliminación de las subvenciones a las empresas que inviertan en energías renovables y la aprobación de nuevas concesiones para perforar en elRefugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, una de las zonas más controvertidas desde el punto de vista medioambiental. Esto ha creado un entorno en el que las empresas tienen que equilibrar la necesidad de innovación sostenible con las nuevas prioridades económicas y políticas.
Un ejemplo emblemático de esta tensión es el sector de la energía eólica en la costa de Estados Unidos. A pesar de la creciente demanda de energías renovables, proyectos como Vineyard Wind, en Massachusetts, están sufriendo importantes retrasos, y algunos promotores aducen la inestabilidad política como factor clave.
Empresas en retirada: casos concretos de «maquillaje verde
En esta coyuntura, muchas grandes empresas energéticas han decidido adoptar un enfoque más discreto de sus iniciativas ASG. ExxonMobil, por ejemplo, anunció recientemente una revisión de sus planes de inversión en tecnologías de bajas emisiones, con un mayor énfasis en los proyectos tradicionales de desarrollo de petróleo y gas. Esto, a pesar de que la empresa había declarado previamente objetivos ambiciosos para reducir las emisiones de carbono mediante el uso de tecnologías avanzadas de captura y almacenamiento permanente de carbono (CAC).
Del mismo modo, la alemana Rheinisch-Westfälisches Elektrizitätswerk (RWE), una de las principales empresas europeas de energías renovables, optó por reducir sus inversiones en Estados Unidos. Michael Müller, Director Financiero de RWE, declaró que la incertidumbre normativa y el aumento de los costes de adquisición han restado atractivo a algunos proyectos previstos, sobre todo los relacionados con la energía eólica marina.
El sector financiero también se vio afectado. Según un informe de Morningstar, los fondos ESG registraron importantes salidas en 2023 y 2024, y los inversores estadounidenses desplazaron miles de millones de dólares hacia fondos más tradicionales, percibidos como menos arriesgados en el entorno actual. Esta tendencia está llevando a muchas empresas a revisar sus estrategias de comunicación para evitar perder el apoyo de los inversores institucionales, pero también de los pequeños inversores, que ahora están menos dispuestos a dejarse influir por factores relacionados con la sostenibilidad.
Cómo reacciona el mundo financiero a los cambios en las políticas medioambientales
El cambio en las políticas medioambientales en previsión del nuevo inquilino de la Casa Blanca a ha tenido importantes repercusiones en los mercados financieros, especialmente en los fondos ESG. Muchos de estos fondos, que invierten en empresas comprometidas con la sostenibilidad medioambiental, social y de gobernanza, se han visto sometidos a presiones.
En el año 2024 se produjo una ralentización de las inversiones en fondos ESG en EE.UU., con un descenso global -según estimaciones de Bloomberg- de alrededor del 15% respecto al año anterior.
Un ejemplo elocuente es la decisión de BlackRock, la mayor gestora de activos del mundo, de revisar su estrategia ASG en respuesta a las críticas tanto de ecologistas como de grupos conservadores. Larry Fink, consejero delegado de BlackRock, declaró que «aunque nuestro compromiso con la sostenibilidad permanece intacto, las presiones políticas están haciendo más complejo el diálogo con los inversores».
Mientras las sombras se ciernen sobre el continente americano, al cruzar los océanos encontramos el viejo mundo aún iluminado por el Sol: en Europa y Asia, los fondos ESG siguen mostrando un sólido crecimiento. El Banco Europeo de Inversiones (BEI) lanzó un programa de 10.000 millones de euros en 2023 para apoyar a las empresas comprometidas con la transición ecológica, mientras que Japón ha experimentado un aumento del 20% en el capital invertido en fondos ESG, impulsado por el compromiso del gobierno de alcanzar la neutralidad de carbono para 2050.
Paralelamente, incluso en el nuevo mundo, algunas entidades de crédito se resisten a cambiar de rumbo. Goldman Sachs, por ejemplo, anunció un plan para reducir la financiación de proyectos relacionados con los combustibles fósiles en un 20% para 2030, a pesar de la presión del mercado estadounidense. El banco declaró que «la demanda mundial de financiación sostenible está creciendo y es un componente esencial de nuestra estrategia a largo plazo».
El contraste con el contexto mundial
Como hemos visto, mientras que EE.UU. parece estar dando un paso atrás en las políticas ASG, el resto del mundo está acelerando hacia una transición energética sostenible.
La Unión Europea, por ejemplo, ha confirmado su compromiso con iniciativas como el Pacto Verde Europeo, cuyo objetivo es reducir las emisiones netas en un 55% para 2030.
China, envuelta en la niebla tóxica producida por su uso masivo de carbón hace tan sólo unos años, sigue invirtiendo valientemente en energías renovables, con una capacidad solar instalada que superará los 400 GW en 2023, lo que representa casi el 40% del total mundial.
Esta discrepancia entre las políticas estadounidenses y las de las demás grandes economías del mundo corre el riesgo de crear una brecha competitiva: las empresas que reduzcan la inversión en tecnologías más sostenibles pueden encontrarse en desventaja en un mercado mundial cada vez más orientado hacia la sostenibilidad.
Efecto bumerán
Pero el «maquillaje verde» tampoco está exento de riesgos. Aunque a corto plazo pueda parecer una estrategia de comunicación corporativa prudente, la falta de transparencia corre el riesgo de minar la confianza de las partes interesadas: sobre todo, inversores y consumidores. En una encuesta realizada por Edelman en 2024, el 63% de los consumidores mundiales afirmaron preferir las empresas que comunican claramente sus compromisos medioambientales, aun a costa de enfrentarse a las críticas de consumidores y organizaciones ecologistas.
Además, el greenhushing podría frenar el compromiso con la innovación que seguirá siendo necesario para superar los retos climáticos a los que nos enfrentamos. La transición a una economía de bajas emisiones requiere una inversión significativa en investigación y desarrollo, así como un diálogo abierto entre empresas, gobiernos y sociedad civil. Si se reduce la comunicación sobre estas cuestiones, se corre el riesgo de aislar a las empresas y limitar la colaboración internacional.
Perspectivas de futuro
A pesar del difícil contexto, hay señales positivas que indican un posible cambio de tendencia. Empresas como Microsoft y Google siguen persiguiendo objetivos climáticos ambiciosos e invirtiendo en tecnologías renovables innovadoras. Al mismo tiempo, el creciente interés de los consumidores por los productos y servicios sostenibles podría incentivar a los fabricantes a ser más transparentes sobre sus iniciativas ASG.
Un aspecto crucial a tener en cuenta es la importancia de la transición digital para apoyar la sostenibilidad de las empresas y luchar contra el «maquillaje verde».
A través de herramientas digitales avanzadas, como la inteligencia artificial, el blockchain y el Internet de las Cosas (IoT), las empresas pueden supervisar, verificar y comunicar de forma transparente los avances en las iniciativas ASG.
Estas herramientas ofrecen nuevas oportunidades para generar confianza con las partes interesadas y mejorar la eficiencia operativa, poniendo de relieve el vínculo cada vez más estrecho entre la innovación tecnológica y las estrategias de sostenibilidad.
El futuro de la energía verde dependerá en gran medida de la capacidad de las empresas para equilibrar las presiones políticas locales con las exigencias de un mercado mundial cada vez más orientado a la sostenibilidad. Para Estados Unidos, el reto consistirá en equilibrar un nuevo aislacionismo con la adaptación al entorno político actual mediante una visión a largo plazo que les reposicione como líderes de la transición energética mundial.