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Los medios digitales y sociales, en particular, han redefinido, como a menudo escribimos y aún más a menudo experimentamos en persona, los límites entre lo público y lo privado, recombinando de nuevas formas ámbitos de nuestras vidas tradicionalmente separados. En el pasado, sólo las personalidades públicas y los artistas podían permitirse mezclar a su antojo la vida pública y la privada, lo que a menudo provocaba escándalos. Ahora todos podemos ser escritores de posts, artistas de imágenes y vídeos, en los que mostramos públicamente nuestra vida privada, que por tanto ya no es privada, sino que sólo queremos hacerla pública en el momento, la forma y la cantidad que nos conviene. Somos, pues, las nuevas estrellas y, como buenas estrellas, tememos a los paparazzi, olvidando que somos nuestros propios paparazzi. (Castigliego G., s.f.)

Es precisamente a la luz de este conflicto entre el deseo narcisista de mostrarnos a los demás y el deseo de protegernos de la mirada inquisidora de los otros, tan antiguo como el ser humano pero redefinido bajo nuevas formas por lo digital, que me parece útil interpretar los datos del observatorio sobre privacidad y seguridad.

Como escribe el profesor Epifani, «en un contexto en el que la sociedad digital se basa cada vez más en el uso extensivo de datos personales -también para alimentar sistemas de inteligencia artificial-, la conciencia general de la importancia de la protección de datos es a menudo menor que su relevancia real. Esta brecha de percepción no es uniforme en todo el territorio, sino que muestra diferencias significativas entre los grandes centros urbanos y los municipios muy pequeños, lo que hace necesario un análisis más profundo de las dinámicas locales.»

Los límites del ego y la brecha perceptiva de la intimidad

La encuesta muestra un desfase entre la conciencia de la importancia de la privacidad y la percepción real de su impacto. Del total, el 51% cree que la tecnología exigirá un replanteamiento de la privacidad, pero sólo el 25% está firmemente convencido. En los Grandes Centros, la confianza es mayor, con un 30% convencido de la necesidad de redefinir la privacidad y sólo un 20% escéptico, mientras que en los Pequeños Centros, los datos reflejan una percepción menos definida, con un 29% que cree que el impacto será «escaso o nulo» y sólo un 19% que se muestra convencido.

Esto refleja una dinámica psicoanalítica relacionada con lo que Freud denominó los límites del ego, redefinidos precisamente por lo digital. De hecho, Freud (Freud, 2007) describe el ego como una estructura que media entre el mundo interno y el externo, estableciendo límites para proteger al individuo. También en psicología social, las fronteras del yo indican los límites que nos permiten definirnos como individuos y separarnos de los demás y de la presión social a la que estamos sometidos. El propio Freud también había hecho hincapié en que dichos límites del yo no deben entenderse como fronteras geográficas definidas de forma permanente, sino más bien como límites variables que deben representarse gráficamente «a través de campos sombreados de color como en la pintura moderna» (Freud, 2013). La privacidad digital puede considerarse una extensión moderna de estos límites: proteger los datos, las comunicaciones y la identidad en línea equivale a defender la integridad del yo de intrusiones externas (empresas, gobiernos, piratas informáticos, redes sociales).

En los grandes centros urbanos, la interacción con lo digital es más intensa y la frontera entre el yo y el mundo exterior (otros, plataformas, instituciones) está más expuesta y se redefine constantemente. En los centros pequeños, en cambio, la relación con la tecnología es menos omnipresente y, por tanto, la necesidad de proteger el límite del yo parece menos urgente. Esto también explicaría la mayor dependencia de la regulación estatal en las ciudades pequeñas, donde la sensación de control personal sobre la propia identidad digital está menos desarrollada.

El Gran Otro y el poder de las redes sociales

La encuesta también muestra que el 52% de los encuestados cree que las redes sociales tienen una influencia «bastante» fuerte en el comportamiento de las personas, y el 23% considera que esta influencia es «muy» penetrante. En los Grandes Centros se registra el mayor nivel de preocupación, con un 31% de encuestados que creen que las redes sociales tienen una influencia «muy» y un 50% «bastante» fuerte, con sólo un 19% de escépticos.

Esto puede reflejar una mayor exposición a los medios sociales en contextos urbanos, donde la dinámica digital y el comportamiento social son más intensos y visibles. En cambio, en las ciudades pequeñas hay más optimismo: el 32% cree que lo social influye «poco o nada».

Esta percepción puede interpretarse a través del concepto lacaniano del Gran Otro (Lacan et al., 2002), que él entiende como el conjunto de estructuras simbólicas y lingüísticas que influyen en el individuo. En la sociedad digital, el Gran Otro puede estar encarnado por algoritmos, inteligencias artificiales y sistemas de vigilancia que registran, interpretan y predicen el comportamiento humano. El sujeto digital vive sabiéndose vigilado, condicionando así su identidad y sus deseos. Esto recuerda el concepto de «subjetivación a través de la mirada», en el que la conciencia de ser observado modifica nuestro comportamiento, a menudo inconscientemente.

La mayor conciencia de este fenómeno en los grandes centros sugiere que aquí el individuo siente con más fuerza la presencia de una mirada constante y normativa (medios sociales, IA, vigilancia algorítmica), mientras que en los centros pequeños esta percepción es más matizada.

El superego digital y el juicio social

La encuesta muestra que el 24% de los encuestados siempre tiene cuidado de no violar la intimidad de los demás antes de compartir información en línea, mientras que el 26% no se preocupa en absoluto. En las ciudades pequeñas, el porcentaje de los que no se preocupan asciende al 32%.

Esto podría remontarse al concepto de superyó reinterpretado en clave digital. Como sabemos, Freud introdujo el concepto de Superyó (Freud, 2007) para indicar la instancia psíquica que representa la interiorización de las normas morales y sociales.

En el contexto digital, el superego puede adoptar la forma de normas implícitas dictadas por las redes sociales, expectativas de rendimiento en línea y el juicio constante de los demás. El control y el autocontrol derivados del miedo al juicio público (o a la censura algorítmica) influyen en la construcción de la identidad y en cómo los individuos se relacionan con el concepto de privacidad.

En los grandes centros, la exposición constante a los medios sociales y a las dinámicas de vigilancia social crea una mayor regulación del comportamiento. El super-ego digital impone una censura interna, haciendo que los individuos sean más cuidadosos sobre cómo sus acciones pueden ser percibidas por los demás. En las ciudades pequeñas, donde la cultura digital está menos arraigada, este control social es menos fuerte y la atención a la intimidad de los demás está menos estructurada.

Narcisismo y paradoja de la privacidad

Uno de los datos más interesantes se refiere a la contradicción entre la importancia percibida de la privacidad y la disposición a sacrificarla por servicios más personalizados. El 66% de los encuestados afirma que la privacidad es un valor prioritario, pero el 65% también está de acuerdo en que si un servicio es útil, la privacidad puede pasar a un segundo plano.

Esta paradoja puede explicarse mediante el concepto de narcisismo. Originalmente, Freud (Freud, 2012) exploró el concepto de narcisismo como amor propio, que lleva a encerrarse en uno mismo, a rechazar las relaciones con los demás, especialmente si sentimos que nuestras propias necesidades laten dolorosamente en esa relación. Sin embargo, desde la mitología griega

Hasta la era analógica, el interés propio exagerado se expresaba en la metáfora del espejo y el reflejo, como en Narciso al verse reflejado en el agua, ahora el reflejo narcisista se produce a través de la visibilidad social, los likes, la cantidad de seguidores. Por un lado, la privacidad se considera una defensa del ego; por otro, la necesidad de visibilidad, reconocimiento y comodidad digital lleva a muchos a transigir en una negociación constante entre exposición y protección.

Aaron Balick (Balick, 2014) ha explorado en profundidad el tema del narcisismo en la era digital, analizando cómo influyen las plataformas en línea en la construcción de la identidad y la autopercepción. Según Balick, las redes sociales actúan como espejos digitales, reflejando versiones editadas de nosotros mismos que pueden distorsionar nuestra percepción de la identidad auténtica. Sin embargo, al buscar conexión y reconocimiento en la red, también exponemos nuestras debilidades, lo que nos hace vulnerables a juicios e influencias externas. Las reflexiones de Balick nos ayudan a comprender cómo, en la era digital, construimos constantemente una imagen pública de nosotros mismos, tanto en línea como fuera de ella. Este proceso es natural y en parte necesario: nos permite presentar a los demás una versión socialmente aceptable de nosotros mismos y proteger los aspectos más íntimos de nuestra personalidad.

Sin embargo, como advierte Balick (2014), el verdadero riesgo no es que los demás confundan esta imagen con nuestra auténtica identidad, sino que nosotros mismos nos lo creamos. Esto ocurre cuando el individuo se identifica completamente con su perfil digital, olvidando que es solo una representación parcial de sí mismo.

Este concepto está relacionado con la teoría de Donald Winnicott (Winnicott, s.f.) sobre el falso yo, que se desarrolla cuando una persona, para adaptarse a las expectativas externas, construye una identidad que ya no refleja sus necesidades auténticas. En la dimensión digital, el falso yo se vuelve problemático cuando el sujeto empieza a vivir sólo a través de su cuenta, perdiendo contacto con su auténtica identidad, la más espontánea y creativa. En estos casos, el falso yo ya no es un simple medio de mediación con el mundo, sino que se convierte en una máscara rígida que asfixia al yo real, dificultando la experiencia auténtica de la propia individualidad.

La contradicción de que el 66% de los encuestados afirme que la privacidad es un valor prioritario, pero el 65% también esté de acuerdo en que si un servicio es útil, la privacidad puede pasar a un segundo plano es la expresión más acabada de la confusión que reina en dos tercios de nosotros entre el falso y el verdadero yo.

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