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La transformación digital y la sostenibilidad medioambiental son hoy retos interconectados. No es casualidad que la Unión Europea hable de una doble transición, digital y verde, situando a ambas en el centro de sus prioridades para los próximos años. En muchos casos, de hecho, lo digital contribuye a reducir el impacto ambiental: baste pensar en el trabajo inteligente o en los servicios en línea que permiten a los ciudadanos evitar desplazamientos. Sin embargo, lo digital no es automáticamente sinónimo de sostenibilidad. Detrás de cada servicio digital hay complejas infraestructuras (centros de datos, redes, dispositivos) que requieren enormes cantidades de electricidad, lo que contribuye a las emisiones de CO₂. A menudo, este impacto pasa desapercibido para los usuarios -y a veces incluso para las personas con información privilegiada-, lo que crea la falsa percepción de que «virtual» es igual a «ecológico».

El resultado es que el sector de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) ya representa una parte importante del consumo mundial de energía -según estimaciones recientes, en torno al 4% de la electricidad mundial- y de las emisiones asociadas. Algunos estudios prevén que, sin medidas correctoras, la tecnología digital podría representar hasta el 14% de las emisiones mundiales deCO₂ en 2040, una contribución comparable a la de todo el sector del transporte por carretera en la actualidad. Por otro lado, las tecnologías digitales son herramientas indispensables para hacer frente a la emergencia climática: desde la gestión eficiente de las redes eléctricas hasta la movilidad inteligente, la digitalización puede permitir soluciones innovadoras para frenar el aumento de las temperaturas y mejorar el uso de los recursos. En este contexto, es crucial que los expertos digitales comprendan la dinámica de la energía y viceversa, creando un lenguaje común entre ambos mundos: la sostenibilidad digital y el trilema energético son los conceptos clave de este diálogo.

El trilema energético: un difícil equilibrio

En el mundo de la energía, el trilema energético describe el reto de equilibrar tres objetivos fundamentales y a menudo contrapuestos de este sector: Seguridad energética, para garantizar un suministro de energía constante, fiable y seguro. Un sistema energético seguro tiene diversas fuentes e infraestructuras resistentes para garantizar la continuidad del servicio incluso en condiciones críticas;Equidad energética (accesibilidad), para garantizar que la energía sea accesible a todos y asequible. Esto está relacionado con la justicia social y económica en el sector, desde el acceso universal a la electricidad en los países en desarrollo hasta la contención de los costes en las facturas de hogares y empresas; y, por último, la sostenibilidad medioambiental, para producir y utilizar la energía de forma limpia y responsable, minimizando el impacto en el medio ambiente y preservando los recursos para las generaciones futuras.

Equilibrar estos tres objetivos es complejo porque pueden entrar en conflicto entre sí. Por ejemplo, impulsar la sostenibilidad medioambiental con normativas estrictas podría aumentar inicialmente los costes de la energía, penalizando la equidad, o limitar el uso de ciertas fuentes antes de que las alternativas estén listas, socavando la seguridad del suministro. A la inversa, perseguir únicamente la seguridad energética podría llevar a invertir en reservas estratégicas de combustibles fósiles altamente contaminantes, socavando los objetivos climáticos. O limitarse a mantener los precios bajos para los consumidores podría desincentivar las inversiones necesarias en energías renovables o infraestructuras más seguras. El trilema energético, en esencia, impone compromisos, y los responsables políticos y la industria deben encontrar un equilibrio dinámico entre las «tres Es» (Seguridad Energética, Equidad Energética, Sostenibilidad Medioambiental) mediante estrategias integradas. El Consejo Mundial de la Energía utiliza precisamente estos tres criterios para evaluar anualmente los resultados de los distintos países, elaborando un índice mundial del trilema energético: en este sentido, el Índice Mundial del Trilema Energético 2024 sitúa a Italia en el puesto 25 del mundo (y de Europa) por equilibrio del trilema: bien en sostenibilidad medioambiental gracias al aumento de las renovables, pero con márgenes de mejora en seguridad y accesibilidad energéticas. Este ejemplo ilustra cómo cada país o sistema tiene su propio perfil de puntos fuertes y débiles en el trilema, sobre el que intervenir con políticas específicas.

Aunque estos conceptos pueden no parecer exactamente «familiares» a un experto digital, se puede encontrar una analogía: de hecho, al igual que en TI se busca un equilibrio entre el rendimiento, la seguridad informática y la facilidad de uso -donde destacar en uno suele requerir compromisos en los otros-, en el sector energético se equilibran la fiabilidad, el coste y la sostenibilidad medioambiental. Comprender este equilibrio es crucial para aplicar eficazmente lo digital al mundo de la energía.

Cómo afecta la transición digital al trilema energético

La transición digital tiene un profundo impacto en cada una de las dimensiones del trilema energético. Puede ser un formidable facilitador de soluciones, pero también es un nuevo factor de demanda energética que hay que gestionar con cuidado.

Más en detalle, su impacto en la sostenibilidad medioambiental puede ser ambivalente: por un lado, la tecnología digital ofrece herramientas para reducir la huella ecológica de muchas actividades humanas, y contribuye directamente a la descarbonización del sistema energético, facilitando la integración de fuentes renovables y, por tanto, reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles. En la práctica, tecnologías como la inteligencia artificial y el Internet de los objetos permiten aprovechar mejor las energías renovables -por ejemplo, previendo la producción solar/eólica y modulando el consumo en consecuencia- y eliminar los residuos, con evidentes beneficios para el clima. Por otro lado, sin embargo, elecosistema digital consume energía: centros de datos, servidores, redes de telecomunicaciones, dispositivos conectados, todos absorben electricidad las 24 horas del día. Si esta electricidad procede de fuentes fósiles, las emisiones asociadas pueden erosionar algunos de los beneficios medioambientales de lo digital. En resumen, la transición digital sólo tiene un impacto positivo en la sostenibilidad medioambiental si va acompañada de una descarbonización paralela de la energía.

En cuanto a su impacto en la seguridad energética, la digitalización puede mejorarla haciendo que los sistemas energéticos sean más inteligentes y reactivos. Por ejemplo, las redes eléctricas digitalizadas pueden gestionar mejor las cargas y evitar los apagones gracias a los sensores y la automatización: las llamadas redes inteligentes son en sí mismas un producto de la transición digital aplicada a la energía. Un sistema energético «conectado» también puede integrar numerosas fuentes distribuidas (paneles solares en tejados, baterías, vehículos eléctricos) y aislar los fallos localizados evitando los efectos en cascada, lo que aumenta la resiliencia en caso de eventos adversos. Por último, no hay que olvidar la cuestión del mantenimiento predictivo: los sensores y algoritmos pueden señalar, por ejemplo, el deterioro de una turbina o un transformador antes de que se averíe, permitiendo intervenciones planificadas y evitando apagones repentinos. Por otro lado, sin embargo, la mayor dependencia de lo digital introduce nuevas vulnerabilidades: ciberataques a los sistemas energéticos, fallos en el software o apagones que interrumpen las propias comunicaciones digitales. Por tanto, la seguridad energética en la era digital implica también la ciberseguridad industrial y la resistencia de las infraestructuras de TIC que controlan la energía.

Por último, en lo que respecta a la equidad y la accesibilidad, la tecnología digital puede influir de distintas maneras en los costes y el acceso a la energía. En el lado positivo, la eficiencia que permiten las tecnologías digitales tiende a reducir los costes operativos a largo plazo: redes más eficientes significan menos energía desperdiciada y, por tanto, tarifas potencialmente más bajas para los usuarios. El uso de contadores inteligentes y aplicaciones de control puede ayudar a los consumidores a gestionar su consumo, desplazándolo cuando la energía es más barata (respuesta a la demanda) y ahorrando en sus facturas. En el lado negativo, existe el riesgo de que la transición digital genere nuevas brechas: por ejemplo, quienes tienen acceso a tecnologías avanzadas pueden obtener energía más barata (gracias a la tarificación dinámica, los sistemas fotovoltaicos inteligentes, etc.), mientras que los usuarios menos digitalizados o los de zonas sin inversión podrían quedar al margen de los beneficios. Además, las inversiones en redes digitales y nuevas tecnologías tienen un coste inicial que podría reflejarse en las facturas si no se gestionan de forma justa. En general, sin embargo, la «doble transición» , si se gestiona bien, debería producir energía más barata a largo plazo: se trata de acompañar la innovación con políticas integradoras para que los beneficios lleguen a todos.

En resumen, la transición digital afecta al trilema energético como un acelerador: puede acelerar la consecución de los objetivos de sostenibilidad y seguridad, pero si se deja a su aire, también puede acelerar el consumo y las desigualdades. Por eso es necesario adoptar un enfoque consciente y garantizar que cada proyecto tecnológico evalúe no sólo los beneficios directos, sino también los efectos sobre el sistema energético. Esto es crucial para que la sostenibilidad digital y el trilema energético no se queden en meras palabras de moda, sino que se traduzcan en acciones y decisiones cotidianas. La esperanza es que los expertos digitales se conviertan en embajadores de esta integración, ayudando a diseñar un futuro en el que la innovación y la sostenibilidad viajen juntas: sólo así podremos tener un ecosistema digital que sea realmente parte de la solución a los grandes problemas energético-ambientales, garantizando una energía limpia, segura y accesible en la era digital.

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