
Por qué los conspiracionistas rechazan la ciencia convencidos de que el mundo está dominado por organizaciones criminales secretas. Y cómo obstruyen el camino hacia la sostenibilidad.
Te encuentras con alguien que, tras una pequeña charla, te susurra al oído: «¡No creas en las vacunas, sólo son un truco para implantarnos microchips en el cuerpo!». O: «¿Sabías que la Tierra es plana y que los gobiernos nos lo ocultan?». Parece un diálogo surrealista, ¿verdad? Sin embargo, éstas y otras teorías conspirativas encuentran partidarios en todo el mundo. Pero, ¿quiénes son los conspiracionistas, por qué rechazan la ciencia y qué les hace creer en escenarios tan fascinantes como improbables?
Identikit del conspirador
Los conspiracionistas, o conspiracionistas, son personas convencidas de que detrás de cada gran acontecimiento o decisión mundial hay una organización criminal secreta que mueve los hilos de la historia. Según ellos, nada es casual, todo está premeditado. Y esta organización no sólo es extremadamente poderosa, sino que además consigue ocultar la verdad a todos salvo a un puñado de «iluminados» (¿adivina quiénes?).
Pero, ¿cómo se llega a este tipo de creencias? No existe un perfil único del conspiracionista. Algunos son personas corrientes, que trabajan y tienen familia; otros pueden ser individuos muy cultos, a veces incluso expertos en un campo concreto del conocimiento. Sin embargo, una característica común es una profunda desconfianza hacia las instituciones, lo que incluye a los gobiernos, los medios de comunicación y la ciencia: especialmente la tecnología y la medicina.
¿Cómo razonan y por qué rechazan la ciencia?
El razonamiento conspirativo parte de la base de que la información oficial forma parte de un gran engaño. Para ellos, científicos, periodistas y políticos no son más que peones manipulados por una casta secreta que conspira en la sombra.
Esta visión del mundo suele estar alimentada por un sentimiento de impotencia o alienación, que impulsa a las personas a buscar explicaciones alternativas a fenómenos complejos, aterradores o simplemente incomprensibles.
La ciencia, con su método basado en pruebas, experimentos y verificación independiente, supone una amenaza directa para esta visión del mundo. ¿Por qué? Porque la ciencia se basa en el principio de que el mundo es complejo y caótico. Pero los conspiradores encuentran su consuelo interior en la idea de que hay un orden oculto detrás de todo, aunque este orden sea profundamente maligno.
¿Qué temen?
Los conspiracionistas temen no sólo lo desconocido sino, sobre todo, la idea de que no haya nadie al volante del mundo. Para ellos, es más tranquilizador creer que existe un plan, aunque sea oscuro, que aceptar que todo se rige por la incertidumbre. Esto les lleva a ver conspiraciones por todas partes.
Tomemos el caso de los terraplasticistas. A pesar de todas las pruebas que demuestran la esfericidad de la Tierra (desde imágenes de satélite a experimentos de física, pasando por la trivial observación de la curvatura del horizonte), los terraplasticistas están convencidos de que vivimos en un disco plano y de que agencias espaciales, compañías aéreas, científicos, instituciones, gobiernos, están implicados en una gigantesca conspiración para ocultarlo.
Otro ejemplo es QAnon, un movimiento nacido en Estados Unidos que afirma la existencia de una élite global que practica rituales satánicos y trafica con niños. Según los seguidores de QAnon, solo Donald Trump puede detener este oscuro mal.
Conspiraciones tan gigantescas que -para mantenerse en pie- incluyen progresivamente prácticamente todas las «otras»: para los conspiracionistas, la realidad es demasiado compleja para ser aceptada, así que la reducen a una explicación más simple, aunque sea completamente infundada.
No-vax: cuando el miedo se vuelve peligroso
Entre las teorías conspirativas, quizá una de las más dañinas sea la de los no-vax. Creen que las vacunas son peligrosas y forman parte de un plan secreto para controlar el crecimiento de la población. Esta creencia es peligrosa porque no sólo pone en peligro la vida de quienes rechazan las vacunas, sino que también socava la salud pública al poner en peligro a quienes no pueden inmunizarse por razones médicas.
Durante la pandemia de COVID-19, el movimiento no-vax cobró nueva vida, difundiendo información errónea sobre las campañas de vacunación y contribuyendo al rechazo en muchas comunidades.
Esto ralentizó los esfuerzos para contener el virus, provocando más enfermedades y muertes. Incluso hoy en día, los partidarios de la no-vacuna siguen apoyando teorías descabelladas, a pesar de las pruebas científicas que demuestran la eficacia y seguridad de las vacunas en circulación.
Profesión conspirativa
Pero, ¿qué lleva a una persona a convertirse en conspiradora? A menudo, estas personas tienen una relación complicada con el estudio y la cultura. Algunas de ellas pueden haber tenido dificultades escolares o experiencias negativas con la autoridad, lo que les ha llevado a desarrollar una antisocialidad y una profunda desconfianza hacia las instituciones. Otros, en cambio, pueden ser personas muy cultas, pero con una educación que les ha llevado a especializarse en un campo limitado del conocimiento en detrimento de una visión más amplia y crítica.
Estos individuos tienden a rodearse de personas con ideas afines, creando una especie de «cámara de eco» en la que cada creencia se refuerza y amplifica. Su desconfianza en las fuentes oficiales les lleva a buscar información alternativa en sitios web, blogs, redes sociales y comunidades poco fiables, donde solo encuentran personas afines y, por tanto, únicamente la confirmación de sus prejuicios.
Mecanismos psicológicos
Detrás del comportamiento conspirativo se esconden también complejos mecanismos psicológicos. Uno de los más poderosos es el«sesgo de confirmación», es decir, la tendencia a buscar e interpretar la información de forma que confirme las creencias preexistentes. Un conspiracionista no intenta verificar la autenticidad de sus fuentes, sino que sólo selecciona la información que confirma lo que ya cree.
La semilla de la conspiración acecha con facilidad en las personalidades que sufren un trastorno paranoide de la personalidad. Muchos conspiradores tienen una visión paranoica del mundo, en la que todo lo que ocurre se ve como parte de un plan malévolo más amplio. Esto les lleva a ver amenazas en todas partes, incluso donde no las hay.
A menudo, un conspirador se siente fracasado en la sociedad, o simplemente no siente que haya alcanzado el éxito que cree merecer. Nada mejor que refugiarse en una realidad distópica en la que él -y unos cuantos héroes más- son más listos que los demás, lo tienen todo resuelto y luchan arriesgando sus vidas para salvar a la humanidad de enormes imperios del mal.
Pero el miedo al caos y a la incertidumbre sigue siendo el factor clave. Aceptar que el mundo es complejo, caótico y, en gran medida, está fuera de nuestro control puede resultar aterrador. Creer en una conspiración global, por inquietante que sea, ofrece una explicación más tranquilizadora: hay un plan, y si hay un plan, también hay alguien que lo está llevando a cabo de forma organizada y, por tanto, un enemigo concreto al que culpar y combatir.
Las conspiraciones más extendidas: de terraptistas a reptilianos
Las teorías de la conspiración son muchas y variadas, algunas más extendidas que otras. Entre las más difíciles de entender, aparte de las terraplanistas, están las de los falsos alunizajes. Según esta última teoría, el hombre nunca fue a la Luna, y todas las misiones Apolo fueron supuestamente falsificadas por la NASA para ganar la carrera espacial contra la Unión Soviética.
A pesar de las abrumadoras pruebas en contra, esta teoría sigue teniendo muchos adeptos: según Roger Launius -ex historiador jefe de la NASA- después de 50 años, más de dieciséis millones de estadounidenses (5%) siguen creyendo que los seis aterrizajes son todos falsos. Un sondeo realizado en 2021 en el marco del proyecto TRESCA de la UE sobre desinformación reveló que más del 25% de los encuestados -formados en siete países europeos, entre ellos Italia- están convencidos de que el primer aterrizaje se filmó en un estudio de televisión.
La GC no parece tener aún más adeptos. A pesar de la total falta de pruebas, cada vez más gente ha abrazado esta teoría. El propio Trump ha echado leña al fuego publicando más de 800 piezas de contenido social de afiliados a la conspiración. Según una encuesta del PRRI, en marzo de 2022, los prosélitos representaban el 18% de la población estadounidense: estamos hablando de sesenta millones de personas.
Otra teoría popular es la de los reptilianos, según la cual muchos líderes mundiales son en realidad extraterrestres reptilianos disfrazados de humanos, decididos a dominar y explotar la Tierra para sus turbios fines. Esta teoría es tan absurda que parece una broma, pero tiene bastantes seguidores, alimentados por vídeos «reveladores» y artículos pseudocientíficos.
Cuando la desconfianza en la ciencia impide el progreso
El problema de las teorías conspirativas no es sólo que sean falsas, sino que tienen consecuencias reales y peligrosas. Cuando la gente empieza a rechazar la ciencia y las instituciones, se crea un clima de desconfianza que puede obstaculizar el progreso y poner en riesgo la salud pública. Pensemos en los daños causados por la pandemia no-vax, o en la dificultad de luchar contra el cambio climático cuando millones de personas ni siquiera creen que sea real.
Esta desconfianza en la ciencia también dificulta la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible fijados por la Agenda 2030. Si no conseguimos que todo el mundo comprenda la importancia de la ciencia y la cooperación mundial, corremos el riesgo de poner en peligro nuestro futuro y el de las generaciones venideras.
¿Cómo conversar con un conspiracionista?
Entonces, ¿cómo podemos entablar un diálogo con un conspiracionista y ayudarle a salir de la espiral conspiracionista? En primer lugar, es importante no burlarse ni atacar sus creencias, por absurdas que parezcan: eso sólo reforzaría su desconfianza. En su lugar, es mejor dejar que se exprese, escuchar atentamente e intentar comprender el origen de esas creencias y lo que las alimenta.
Una vez establecido el diálogo, se puede intentar introducir gradualmente información basada en pruebas, animando al conspiracionista a comprobar las fuentes y a pensar de forma crítica; evitando siempre que nuestro interlocutor se sienta atacado frontalmente. Es un proceso lento y no siempre exitoso, pero es una de las pocas formas de intentar devolver a estas personas a la realidad.
En conclusión, aunque las teorías conspirativas puedan parecer fascinantes, divertidas o incluso grotescas, es importante recordar que pueden tener consecuencias reales y peligrosas. La ciencia, con todas sus limitaciones, sigue siendo nuestra mejor herramienta para comprender el mundo y mejorar nuestras vidas. Y, precisamente porque el método científico evoluciona y se autocorrige constantemente, también es capaz de hacer frente a los retos que plantea la conspiración, siempre que estemos dispuestos a poner de nuestra parte para defenderla y promoverla.