
Una lectura psicoanalítica de los últimos datos del Observatorio de la Sostenibilidad Digital revela las contradicciones internas que frenan la evolución sostenible de lo digital y el uso consciente de lo digital para la sostenibilidad. Una invitación a la mentalización colectiva.
En el debate público, la sostenibilidad digital se presenta a menudo como un camino lineal, en el que la tecnología y la conciencia ecológica se entrelazan en armonía. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y ambivalente.
Así lo demuestra la última encuesta del Observatorio de la Sostenibilidad Digital, que analizó las diferencias y los puntos de contacto entre generaciones en la percepción y el uso de la tecnología digital para afrontar los retos medioambientales, sociales y económicos, y que fue presentada por el profesor Stefano Epifani en el Día de la Sostenibilidad Digital.
Para comprender plenamente las aparentes contradicciones que surgen, no puedo evitar recurrir al viejo psicoanálisis, siempre útil cuando se trata de explorar las dinámicas inconscientes que rigen nuestra relación con lo digital y el entorno.
1. Lo digital como objeto transicional ambivalente
Lo digital puede entenderse, según el concepto de objeto transicional de Winnicott, del mismo modo que el osito de peluche de nuestra infancia, es decir, como algo que ayuda a gestionar la transición entre el mundo interior y la realidad exterior. De hecho, el osito de peluche de la infancia nos permite no sólo desprendernos gradualmente de nuestra madre, cuya presencia simboliza el osito, sino también desarrollar una relación entre nuestro mundo interior y la realidad exterior mediada por un objeto intermedio.
Asimismo, lo digital, sobre todo para los más jóvenes, se convierte en un espacio intermedio entre el yo y el mundo. En el caso de lo digital, sin embargo, la relación es profundamente ambivalente: por un lado ofrece comodidad, conexión, poder de decisión, pero al mismo tiempo genera ansiedad y desorientación. Como si el objeto que debería tranquilizar acabara perturbando: es como abrazar a un oso de peluche que a veces gruñe. Mientras que el 94% de los italianos de entre 18 y 60 años considera que lo digital es una oportunidad, el 60% (y el 66% de los Baby Boomers) cree que también conlleva injusticia social y pérdida de empleo.
2. La eliminación de la sostenibilidad
En 2025, el 44% de los italianos afirmó saber «poco o nada» sobre el concepto de sostenibilidad. Pero el dato más interesante es cualitativo: incluso entre quienes se describen como «muy comprometidos», menos de un tercio consigue vincular sus ideas a un comportamiento coherente. Este desfase entre pensamiento y acción recuerda un mecanismo freudiano clásico: la eliminación. Para protegerse de la angustia ecológica, el individuo reprime el impacto de sus elecciones cotidianas y delega el procesamiento en eslóganes y símbolos.
3. El superego digital y la culpa algorítmica
Las redes sociales y las tecnologías digitales reflejan una nueva forma de Super-Ego tecnológico: invisible pero omnipresente, juzga, premia o castiga con likes, notificaciones. La tecnología impone códigos de sostenibilidad a menudo interiorizados más por miedo a la sanción social que por auténtico valor. De ahí la paradoja de que las palabras no vayan seguidas de hechos.
No es casualidad que el 31% de los Millennials y hasta el 27% de la Generación Z consideren el cambio climático un problema grave, pero no urgente. Es la continuación digital del aforismo de Flaiano de que la situación es grave pero no seria. La presión moral digital no interiorizada y abrazada induce una forma de culpabilidad pasiva, que da lugar a bonitas declaraciones retóricas, pero no activas. Es la angustia del ideal no realizado, del «perfil verde» que no coincide con el comportamiento real.
4. La paradoja de la «insostenibilidad digital
Según los datos del Observatorio, el 47% de la Generación Z está clasificada como «digitalmente insostenible», pero sigue mostrando un comportamiento sostenible. Paradójicamente, es más fácil para un «insostenible digital» actuar de forma sostenible que para un «sostenible analógico».
Esto sugiere una disociación entre identidad y acción, típica del falso yo winnicktiano: se actúa correctamente sin integrar afectivamente el significado de la acción.
5. Regresión generacional y delegación de la acción
La Generación Z, a pesar de estar inmersa digitalmente, muestra signos de regresión simbólica: solo el 22% se declara «muy competente digitalmente», y solo el 34% dice estar bien versado en sostenibilidad.
Es como si lo digital, en lugar de promover la autonomía y la agencia, produjera infantilización, expectativas mágicas, delegación. Una posición que Klein llamaría «esquizo-paranoide»: el problema se escinde, se proyecta en otra parte (en las generaciones anteriores, en el sistema) y se aborda con emociones primitivas (ira, desinterés, ironía defensiva).
6. El inconsciente digital
Como se describe en «El inconsciente digital y la sostenibilidad», la digitalización está produciendo un nuevo tipo de inconsciente colectivo, un inconsciente digital, que no es el puramente racional imaginado por la declaración de independencia del ciberespacio, sino el caótico en el que se proyectan incluso nuestros impulsos menos conscientes y las emociones pueden propagarse en línea por «contagio» y no por procesamiento, lo que favorece las reacciones impulsivas, miméticas y no simbolizadas. La dificultad para correlacionar opciones ideológicas y consecuencias concretas (menos del 30% de los italianos lo consiguen) demuestra que el aparato mental lucha por integrar lo digital en el campo de la acción ética. La conexión es alta, la reflexión baja.
7. El colapso de la atención a la sostenibilidad: una señal de alarma
Confirmando esta dinámica, Ferruccio de Bortoli, en un artículo publicado el 17 de abril de 2025 en Corriere della Sera, señala una «grave ralentización, que a veces es incluso un retroceso, en cuestiones de sostenibilidad tanto medioambiental como social». Citando una investigación de Eumetra, de Bortoli informa de que «en sólo un año, en la escala de prioridades personales, [la atención a la sostenibilidad] simplemente se ha reducido a la mitad», especialmente entre los grupos sociales con mayor influencia. Este descenso de la atención representa una señal de alarma colectiva.
Mentalizar la sostenibilidad
La salida de este callejón sin salida es la mentalización: la capacidad de reflexionar sobre los propios pensamientos, emociones y acciones, y de reconocer sus causas y consecuencias. Es la función psíquica que nos permite pasar de la reacción a la responsabilidad, del impulso a la intención.
Mentalizar la sostenibilidad digital significa:
– Pregúntate «¿por qué hago clic?»: reflexiona sobre tus hábitos digitales y lo que apoyan o destruyen;
– Vincular pensamiento y comportamiento: no basta con «estar a favor del medio ambiente» si luego se compra compulsivamente por Internet o se tira el smartphone al cabo de un año;
– Integrar afecto y conocimiento: saber que el clima está cambiando no basta si no se siente la sensación de pérdida, la preocupación, la pasión. Sin afecto, no hay acción;
– Transformar lo digital de espejo narcisista a espacio relacional: utilizar la red para entablar relaciones conscientes, no sólo para proyectar una imagen idealizada de uno mismo.
Conclusión: lo digital como espacio de conciencia
Si hoy la infraestructura digital está en todas partes, sigue faltando una infraestructura psíquica para habitarla. Mentalizar lo digital y la sostenibilidad es la tarea cultural más urgente de las generaciones que afrontan la transición. Es una tarea que no exige perfección, sino presencia. Es hora de construir una conciencia digital. Porque sólo una subjetividad capaz de pensarse a sí misma puede cambiar de verdad.