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Luca Longo

Un inventor y un empresario popularizaron un instrumento de escritura que ahora consideramos trivial y obsoleto en comparación con nuestras pantallas táctiles. Pero esto permitió la escolarización masiva y la difusión de la cultura, elementos indispensables para participar en el viaje hacia la sostenibilidad

Hace un siglo, el simple acto de escribir -incluso simplemente tomar notas- aún requería cierta dosis de paciencia, habilidad y una buena provisión de tinta. Las plumas estilográficas, aunque elegantes, tenían un talento especial para crear desastres: tinta que goteaba por todas partes, puntas que se atascaban, a veces explosivas erupciones negras o azules, sobre un documento importante o justo en el bolsillo del pecho de la mejor camisa. Para los que no podían permitírselas, quedaba la pluma y el tintero, para los afortunados una plumilla de metal sobre una varita. Y entonces, un contrato o un pensamiento destinado a durar siglos, desde luego no se podían escribir a lápiz. Después de cada aventura creativa con esas herramientas, las manos de los escolares -pero también de los adultos- parecían haber salido de una batalla contra un pulpo cargado de tinta.

Era una época en la que escribir no era precisamente sinónimo de practicidad, y mucho menos de popularidad. Entonces, un día, un periodista húngaro llamado László Bíró decidió que era hora de cambiar las reglas del juego.

László Bíró: un destello de genialidad

László Bíró no sólo fue periodista, sino también inventor. Nacido con un peso muy inferior al normal, fue salvado por su madre, a quien se le ocurrió inventar sobre la marcha un prototipo de incubadora metiendo al bebé en una caja de zapatos forrada de algodón y colocando encima una lámpara.

Superviviente, hombre de mente inquisitiva y buen ojo para los detalles, Bíró decidió convertirse, por orden, en médico, hipnotizador, pintor, escritor, crítico de arte, corredor de coches y agente de bolsa. Tras diversas vicisitudes, llegó a la carrera más difícil: la de periodista. A menudo se veía obligado a tomar notas a toda prisa, e incluso las plumas estilográficas de la época le resultaban poco idóneas para la tarea. Un día, mientras observaba el trabajo en la imprenta, Bíró se dio cuenta de que la tinta utilizada para imprimir periódicos se secaba rápidamente sin manchar. Esto despertó en él una idea: ¿por qué no crear una pluma que utilizara una tinta similar?

Bíró empezó a trabajar en esta idea con su hermano György, que era químico. La tinta estaba desarrollada, pero ¿cómo aplicarla? No se podía llevar una imprenta. Al parecer, la inspiración surgió al ver a unos niños jugar con canicas de cristal en la calle. Al pasar por un charco, una de ellas siguió su camino seca, dejando un rastro de barro tras de sí. Hmm…

Así, los dos hermanos desarrollaron una pluma que utilizaba una pequeña bola giratoria en el extremo para transferir la tinta de la pluma al papel. La tinta, que era espesa y viscosa, salía uniformemente de la bola, evitando que se emborronara y secándose rápidamente. En 1938, los dos hermanos obtuvieron la patente de su invento, creando el primer birógrafo, o «birome», como se le llamó en honor de su inventor.

Esta bola giratoria supuso un cambio radical en la forma de escribir: se acabaron las plumillas mojadas en tinta y las manchas en los dedos. Pero, como suele ocurrir con los inventos, el éxito comercial no estaba garantizado. Bíró era un genio, pero no un hombre de negocios, y sus birretes necesitaban a alguien que supiera cómo hacerlos llegar al gran público.

Baron Bich: el empresario visionario

Aquí es donde entra Marcel Bich. De apellido francés pero nacido en Turín y descendiente del alcalde de Aosta convertido en barón por el rey Carlo Alberto, Marcel heredó su título. Quería ser ingeniero, pero ni siquiera consiguió ir a la universidad. Aspirante a empresario, creó una empresa de fabricación de plumillas y estaba convencido -con razón- de que reconocía una oportunidad cuando la veía: El barón Bich había visto en los birlos el potencial de algo mucho más grande.

Tras dos años de trabajo (y, para ser justos, después de que le robaran la idea original a Bíró), Bich puso a la venta los primeros biros.

He aquí la revolucionaria Bic Cristal.

En realidad, el malogrado ingeniero/inventor/empresario empezó a trabajar en una versión mejorada y más barata del bolígrafo.

En primer lugar, Bich hizo que la sección de la carcasa fuera hexagonal, lo que permitía agarrarla con firmeza y no verla rodar por los pupitres de las escuelas, que hasta hace unas décadas estaban misteriosamente inclinados. A continuación, introdujo un pequeño orificio en el depósito que equilibraba la presión interna y externa y permitía que la tinta cayera uniformemente. Le dio a la tinta la viscosidad adecuada y utilizó poliestireno transparente para fabricar la carcasa y el depósito, de modo que el nivel de tinta pudiera comprobarse de un vistazo.

Por último, para conseguir un flujo uniforme de tinta sobre el papel, mandó fabricar instrumentos de precisión para la producción de la punta y la bola (en níquel y latón) que garantizaban imperfecciones inferiores a 5 milésimas de milímetro.

Pero Bich sabía que, para tener éxito, el bolígrafo tenía que ser accesible a todo el mundo, no sólo a los ricos o a los profesionales. Tras años de perfeccionamiento, en 1950 lanzó el «Bic Cristal», un bolígrafo sencillo, barato e increíblemente eficaz. Con un precio tan bajo que cualquiera podía permitírselo, el Bic Cristal se convirtió rápidamente en un éxito mundial: era un bolígrafo que funcionaba en cualquier momento, en cualquier lugar y para todo el mundo.

Una última característica del bolígrafo -que quizá ni el propio Bich hubiera imaginado, pero que los escolares más turbulentos no tardaron en descubrir- era que, si se retiraban el capuchón trasero y el depósito de la carcasa hexagonal, se podía obtener una cerbatana mortal. Ésta, debidamente cargada con granos de arroz, podía convertir las aulas en temibles campos de batalla.

Gracias a su invento, Marcel Bich convirtió un pequeño bolígrafo en un coloso mundial. El Bic Cristal se convirtió en el instrumento de escritura más vendido del mundo y Bich amasó una fortuna considerable. Pero no se trataba sólo de dinero: el Bic Cristal había democratizado la escritura, haciéndola accesible a millones de personas en todo el mundo.

Entretanto, Bíró, tras una serie incalificable de desventuras financieras, había vendido los derechos de su invento a la Biro Patente del banquero suizo H.G. Martin. Éste, al darse cuenta del plagio, no tuvo reparos en llevar al barón ante los tribunales. Seguro de perder, Bich se marchó a Zúrich y llegó a un acuerdo con el banquero para liquidar los derechos de patente mediante el pago de 100 millones de francos en dos años. Sólo en Francia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, ya había obtenido un beneficio de 1.200 millones de francos con la comercialización de la Bic Cristal…

El impacto de los birlos en la sociedad

Antes de los bolígrafos, escribir era una actividad que requería paciencia, habilidad y, a menudo, mucho dinero. Por primera vez, millones de personas podían escribir con facilidad, sin preocuparse por las manchas de tinta o los bolígrafos que dejaban de funcionar a mitad de frase.

Los birlos no sólo hicieron más accesible la escritura, sino que también contribuyeron a la difusión de la cultura escrita. Los textos que más tarde se imprimirían en libros, revistas y periódicos también se hicieron más fáciles de escribir, fomentando la alfabetización y el aprendizaje masivos. La toma de notas también se hizo más fácil e inmediata, ayudando a la memoria, el estudio y la enseñanza; contribuyendo así al crecimiento general del conocimiento y la cultura.

El birógrafo se convirtió en una herramienta esencial en escuelas, oficinas y hogares de todo el mundo. Era barato, práctico y fiable, y durante muchos años representó el único medio de escritura al alcance de la mayoría de la gente.

Del fuego al Bic: la evolución de las herramientas

Al pensar en los grandes cambios tecnológicos que han configurado nuestra historia, a menudo nos centramos en inventos como la electricidad, el motor de combustión o Internet. Sin embargo, herramientas tan sencillas como los birretes han tenido un impacto igualmente profundo en nuestra forma de vivir.

La humanidad siempre ha tratado de captar y utilizar la energía del mundo que la rodea, desde los tiempos del fuego y los molinos de viento hasta los inventos de Leonardo da Vinci, que imaginó máquinas para volar y herramientas para mejorar la vida cotidiana. El biros es un ejemplo perfecto de cómo un pequeño cambio tecnológico puede tener un enorme impacto en la sociedad.

Al igual que el fuego permitió la evolución de la humanidad, los biros permitieron la difusión del conocimiento, rompiendo barreras económicas y sociales. Y del mismo modo que los biros democratizaron la escritura, otras tecnologías modernas pueden democratizar el acceso a los recursos y a la energía, haciendo posible un futuro más sostenible.

Una pequeña herramienta impulsa una revolución

Hoy en día, mientras disfrutamos tecleando en nuestras pantallas táctiles, nos quejamos de los teclados virtuales y escaneamos órdenes a Alexa, los viejos y fieles birretes pueden parecer anticuados. Pero gracias a ella miles de millones de personas han podido aprender a escribir, tomar notas y firmar contratos sin tener que lidiar con una mancha de tinta en la camisa. Ella puso literalmente el bolígrafo en las manos de todo el mundo. Y esas manos han desarrollado cerebros capaces de comprender y tomar parte activa en el reto de la sostenibilidad.

Y mientras pensamos en el futuro, hecho de paneles solares, coches eléctricos e inteligencia artificial, recordemos que el progreso a menudo surge de pequeños inventos como los biros, capaces de cambiar el curso de la historia. Porque, al fin y al cabo, la sostenibilidad no sólo se construye con grandes gestos, sino también con las pequeñas cosas que nos simplifican la vida, aprendiendo y difundiendo ideas, como hicieron los biros. ¿Quién iba a pensar que una pequeña bola de cristal rodando por el barro podría escribir un pedazo tan importante de nuestra historia?

Luca Longo
ESCRITO POR Luca Longo

Químico industrial, químico teórico, periodista, comunicador y divulgador científico.

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