
A veces la ciencia choca con los defraudadores, a veces incluso con sectas religiosas enteras. He aquí la historia de la primera clonación humana y de cómo el asunto ha aumentado la desconfianza en la ciencia y la tecnología y obstaculizado el avance hacia un mundo más sostenible.
La televisión lo dijo, los periódicos lo escribieron: se ha creado en un laboratorio la primera copia perfecta de un ser humano. Ni ciencia ficción, ni cine: ha nacido un clon humano de carne y hueso. Esta es exactamente la noticia que saltó el 26 de diciembre de 2002, cuando la bioquímica Brigitte Boisselier anunció al mundo el nacimiento de «Eve», el primer clon humano. El momento era perfecto: el lanzamiento tuvo lugar entre Navidad y Nochevieja, cuando todo, desde la política al fútbol, está de vacaciones y las redacciones luchan por encontrar noticias con las que llenar el periódico o el telediario. La declaración, salpicada en primera página, conmocionó a todo el planeta. Por desgracia, como suele ocurrir, tras el revuelo mediático se esconde una historia mucho más compleja y… bastante cuestionable. Pero antes de entrar en los detalles del asunto Boisselier, demos un paso atrás y recorramos el camino de la clonación, desde los primeros experimentos con animales hasta la oveja más famosa del mundo.
Los orígenes de la clonación: ratones, ranas y ovejas
La clonación es un concepto arraigado en el deseo humano de reproducir la vida. Pero no es un paseo por el parque. El término «clonación» se refiere a la creación de un ser vivo genéticamente idéntico a otro, obtenido mediante técnicas de manipulación celular. Idéntico en su composición genética y en todo su cuerpo.
Centros de investigación enteros y grandes financiadores empezaron a explorar la clonación ya en los años 50, empezando con organismos sencillos como ranas y ratones.
Uno de los primeros avances significativos en la clonación de animales se logró en 1952, cuando Robert Briggs y Thomas King consiguieron clonar una rana transfiriendo el núcleo de una célula embrionaria a un óvulo no fecundado. Este experimento demostró que era posible crear un clon, aunque aún no estaba claro hasta qué punto la técnica era replicable en organismos más complejos.
El verdadero avance se produjo décadas más tarde, en 1996, con el nacimiento de la oveja Dolly. Investigadores del Instituto Roslin de Escocia, dirigidos por Ian Wilmut, consiguieron clonar por primera vez un mamífero mediante una técnica llamada «transferencia nuclear de células somáticas». Dolly no sólo fue un éxito científico, sino también una sensación mediática. Wilmut fue apodado inmediatamente «el padre de la oveja Dolly» y apareció en los principales canales de televisión.
El mundo quedó fascinado ante la idea de que se pudiera «copiar y pegar» una oveja con precisión genética. Sin embargo, Dolly no estuvo exenta de problemas: desarrolló enfermedades relacionadas con el envejecimiento prematuro y murió con sólo seis años, lo que avivó la polémica bioética sobre la clonación.
Clonación: avances científicos y riesgos éticos
La clonación, especialmente de mamíferos como Dolly, no es sólo una cuestión de técnica o de éxito científico. Cada avance en el campo de la clonación ha traído consigo un acalorado debate sobre cuestiones bioéticas. Por un lado, la posibilidad de clonar organismos complejos ha despertado la imaginación de los investigadores y ha abierto nuevas fronteras en medicina, como la producción de órganos a medida para trasplantes. Por otro lado, ha suscitado profundas preocupaciones sobre la manipulación de la vida.
Uno de los principales temores se refiere a la seguridad y el bienestar de los seres vivos clonados. De hecho, la clonación tiene un alto índice de fracaso: la mayoría de los embriones clonados no sobreviven, y los que nacen suelen tener problemas de salud. Dolly, por ejemplo, desarrolló una forma de artritis precoz y una enfermedad pulmonar típica de un animal mucho más viejo. Esto plantea la pregunta: ¿hasta qué punto es correcto experimentar con seres vivos para el avance de la ciencia?
Además, la clonación humana plantea cuestiones éticas aún más complejas. Si la clonación de un ser humano fuera posible y segura, ¿qué significaría para la identidad personal? ¿Sería un clon una persona autónoma con derechos propios, o una especie de copia viviente, desprovista de singularidad? ¿Una especie de pieza de repuesto que se utilizaría a voluntad cuando algo fallara en el individuo original y hubiera que sustituir una pieza? ¿Y quién tendría derecho a decidir quién puede ser clonado y con qué fin?
Estos dilemas éticos representan un campo de batalla en el que el progreso científico choca con la necesidad de establecer límites morales. La ciencia tiene el potencial de transformar radicalmente nuestra comprensión de la vida, pero cada paso adelante exige una profunda reflexión sobre los riesgos y responsabilidades que conlleva.
Pero la ciencia, como siempre, no se queda quieta. Y en este contexto entró en escena Brigitte Boisselier, con su increíble (literalmente…) declaración.
Brigitte Boisselier: Nace Eva, el primer clon humano
Como decíamos, el día después de la Navidad de 2002, Brigitte Boisselier, una científica francesa bastante enigmática, hizo un anuncio que dejó al mundo con la boca abierta: su empresa, Clonaid, había creado el primer clon humano, una niña llamada «Eve».
Clonaid era la sociedad de clonación humana fundada por la secta raeliana, un grupo religioso que cree, entre otras cosas, que la vida en la Tierra fue creada por una raza de extraterrestres llamada Elohim. Pero volvamos a Eva.
«Eve nació a las 11.55 por cesárea. Pesa tres kilos. Está bien», anunció Brigitte en la rueda de prensa, que no se celebró en los locales de una prestigiosa academia, ni mucho menos en el centro de investigación Clonaid «que se encuentra en un lugar secreto», sino en … Hollywood.
Allí, Boisselier declaró que había clonado a Eva utilizando técnicas similares a las empleadas para clonar a Dolly «pero adaptadas a la raza humana». El anuncio fue un auténtico terremoto mediático: periódicos, televisiones y tertulias de todo el mundo se apresuraron a cubrir la noticia -quizá debido en parte a que los periodistas científicos más inteligentes estaban de vacaciones lejos de sus redacciones-, mientras el público oscilaba entre el asombro y el entusiasmo. Era como estar en un episodio de «Black Mirror»; y la realidad era aún más extraña que la ficción.
Pero la rueda de prensa no había terminado, y se encaminaba hacia una conclusión que ha entrado de lleno en la ciencia ficción: «Después de Eva, otros cuatro clones humanos están en camino gracias al trabajo de los científicos de Clonaid. El primero nacerá a principios de enero en el norte de Europa y tendrá dos madres: de hecho, ha sido clonado en una pareja de lesbianas». Para concluir, Boisselier afirmó: «La sociedad cambia, el mundo cambia. Todos los padres tienen derecho a elegir el hijo que quieren, aunque no tengan problemas de infertilidad». Telón.
Pero, ¿quién era realmente Brigitte Boisselier? ¿Una científica visionaria o una estafadora en busca de notoriedad? Antes de unirse a los raelianos, Boisselier era una química respetada con un doctorado en bioquímica. Pero su encuentro con Claude Vorilhon, alias Rael, periodista deportivo fracasado y más tarde fundador del movimiento raeliano, cambió radicalmente su vida. Vorilhon convenció a Boisselier para que se uniera a su secta y ella se convirtió rápidamente en una de sus discípulas de confianza. Fue Rael quien la impulsó a fundar Clonaid, con el objetivo declarado de clonar seres humanos para garantizar la inmortalidad.
Sí, pero ¿quiénes son los Raelianos?
Para comprender la historia de Boisselier, es necesario conocer un poco mejor a los raelianos. Este movimiento religioso, fundado en los años setenta por Rael, cuenta con más de cincuenta y cinco mil adeptos. Se distinguen por una simbología un tanto confusa (su emblema religioso es una esvástica incrustada en una estrella de David) y están convencidos de que -hace apenas 25.000 años- toda la vida en la Tierra fue creada genéticamente por una raza de extraterrestres, llamados Elohim. Como disponían de la receta, se la pasaron gustosamente a Brigitte para sus experimentos. Además, según los raelianos, la humanidad debe prepararse para un futuro en el que los Elohim volverán para juzgar a sus «hijos». ¿Y qué mejor manera de prepararse para este acontecimiento que clonando a otros seres humanos?
El movimiento raeliano, como muchas sectas, atrae a personas en busca de respuestas, ofreciéndoles un sentimiento de pertenencia y la promesa de un futuro mejor (en este caso, intergaláctico). Sin embargo, como todas las sectas, el riesgo para sus adeptos es alto. De hecho, las sectas ejercen un control psicológico y social sobre sus miembros, primero aislándolos de sus seres queridos y del resto del mundo y después imponiéndoles creencias más o menos extrañas y comportamientos progresivamente más grotescos que van en contra de la ciencia, pero también de la simple lógica.
Boisselier, aparentemente seducido por las ideas de Rael, se puso a trabajar en el ambicioso proyecto de clonación humana hasta que, menos de un año después, nació Eve. Pero a pesar del sensacional anuncio, faltaba un pequeño pero crucial detalle: la prueba.
La reacción de la comunidad científica: «¡Fuera las pruebas!»
Como era de esperar, la comunidad científica acogió el anuncio de Boisselier con escepticismo. Mientras los medios de comunicación seguían reviviendo la noticia, los especialistas clamaban por ver las pruebas. Al fin y al cabo, la ciencia se basa en pruebas verificables y reproducibles: una afirmación extraordinaria como la de Boisselier requería pruebas extraordinarias.
Como sabemos, el método científico se basa en la falsabilidad: cualquier descubrimiento o invención debe poder ser probado y potencialmente refutado. Durante el proceso de revisión por pares, los revisores intentan falsificar una teoría o los resultados de un experimento para comprobar su solidez. Si fracasan, el hallazgo adquiere valor científico. Pero en el caso de Boisselier, la prueba… nunca llegó.
Cuando la comunidad científica pidió a Boisselier que facilitara muestras de ADN de Eva y de la «madre» de la que había sido clonada para realizar análisis independientes, se negó en redondo, alegando que tenía que proteger la intimidad de la niña y de sus padres.
Otro motivo de sospecha era la extraordinaria eficacia del método: según Clonaid, en sólo un año y 10 intentos, hasta cinco habían dado lugar al nacimiento de un clon. Una tasa de éxito del 50%, nada comparable a los más de 200 intentos fallidos del equipo de Wilmut antes de lograr el nacimiento de la oveja Dolly.
Sin pruebas, las afirmaciones de Boisselier se quedaron en meras palabras. Los científicos empezaron a dudar cada vez más de la veracidad del anuncio, y pronto la noticia se desinfló, dejando tras de sí sólo una estela de escepticismo y decepción.
Ciencia y sensacionalismo
La historia de Brigitte Boisselier y Clonaid es un ejemplo sorprendente de cómo el sensacionalismo puede distorsionar la percepción de la ciencia. Los medios de comunicación, ávidos de noticias extraordinarias, relanzaron el anuncio sin hacer demasiadas preguntas, mientras que la comunidad científica, más prudente, intentaba volver a situar el discurso en un terreno más sólido y verificable.
Por desgracia, personas ilusas o sin escrúpulos intentan a menudo engañar a la comunidad científica para ganar fama o dinero, dañando gravemente la credibilidad de la propia ciencia. Cuando el público pierde la confianza en los científicos, resulta más difícil promover políticas basadas en pruebas, como las necesarias para afrontar retos mundiales como la lucha contra el cambio climático o la mejora de la vida y la salud para todos.