
El colapso eléctrico en España y Portugal reaviva el debate sobre el trilema energético entre sostenibilidad, seguridad y accesibilidad: un reto técnico y político para la UE del futuro.
El apagón que dejó a oscuras a casi toda la Península Ibérica el 28 de abril de 2025 puso al descubierto las vulnerabilidades de las redes eléctricas europeas en plena transición energética. A medida que avanzan las investigaciones sobre las causas y responsabilidades de la catástrofe, surgen interrogantes sobre los riesgos geopolíticos ligados a la creciente interdependencia entre los países de la UE y los proveedores externos de energía. El apagón ha centrado la atención en la fragilidad de un sistema que, aunque aspira a la descarbonización, aún parece expuesto a los choques externos, las deficiencias de las infraestructuras y las tensiones internacionales.
A mediodía, España y Portugal siguen a oscuras
A las 12.33 horas del lunes 28 de abril de 2025, la Península Ibérica se apagó de repente. En menos de cinco segundos, unos 15 gigavatios de capacidad de generación -más del 60% de las necesidades de electricidad de España en ese instante- desaparecieron de la red. De repente, millones de personas se quedaron tiradas, los semáforos fuera de servicio, el transporte público en punto muerto, los cajeros automáticos apagados, los teléfonos en silencio, las cadenas de televisión y radio cortadas, Internet inaccesible.
Es el mayor apagón jamás registrado en Europa, y días después aún se desconocen las causas. A última hora de la mañana del martes se había restablecido casi todo el suministro eléctrico, pero las preguntas centrales -qué desencadenó el colapso y por qué- siguen sin respuesta.
La investigación técnica oficial se ha encomendado a ENTSO-E, la Red Europea de Gestores de Redes Eléctricas, que -según los Reglamentos 714/2009 y 2017/1485 de la UE- tendrá que coordinar el análisis con todos los operadores implicados. Pero el proceso será largo: se espera un primer informe preliminar en Bruselas dentro de seis meses, mientras que el informe final no llegará antes de septiembre de 2026.
Mientras tanto, la ausencia de certezas alimentó una ola de especulaciones y polémicas. Algunos medios de comunicación, sin esperar a la respuesta oficial, culparon inmediatamente a las energías renovables, a los objetivos Net Zero y, más en general, a la transición energética. Sobre todo, la elevada participación de la fotovoltaica en el mix eléctrico español acabó en el punto de mira, acusada -sin pruebas- de hacer demasiado frágil el sistema ante imprevistos.
En cinco segundos, el mayor apagón de la historia de Europa
El suceso será recordado como el apagón más grave de la historia de nuestro continente. Millones de personas en España y Portugal se quedaron repentinamente sin electricidad, afectando también al Principado de Andorra y a la región vasca de Francia. Un apagón casi total, repentino y extenso dejó fuera de servicio infraestructuras, comunicaciones y transportes.
En rueda de prensa, Red Eléctrica -el operador español de la red- reconstruyó la secuencia de los hechos: pocos segundos después de las 12.33 horas, se produjo una primera anomalía en la red, una pérdida de potencia en las centrales de generación. En un primer momento, el sistema resistió y pareció estabilizarse. Pero apenas un segundo y medio después, un nuevo suceso desequilibró la balanza. Al cabo de otros 3,5 segundos, la conexión entre Cataluña y el suroeste de Francia se cortó automáticamente por razones de seguridad. A partir de ese momento, el sistema falló: una pérdida masiva y simultánea de energía desbordó toda la red eléctrica.
El apagón se extendió como un efecto dominó fuera de control, provocando un colapso en cascada. Red Eléctrica habló de una «desaparición inexplicable» del 60% de la producción nacional. El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que habló unas horas más tarde, reconoció la gravedad de la situación: «Esto no había ocurrido nunca. Y lo que lo ha provocado es algo que los expertos aún no han establecido, pero lo harán».
La súbita pérdida de 15 GW en España es visible en los diagramas oficiales de generación eléctrica. Al mismo tiempo, otros 5 GW desaparecieron repentinamente de la red eléctrica de Portugal.

El sistema aprovechó el primer golpe, pero se vino abajo en el segundo. Cuando la red eléctrica quedó fuera de servicio, sólo una pequeña parte de la Península Ibérica permaneció alimentada. Para casi 60 millones de personas de España, Portugal, Andorra y parte del sur de Francia, la tarde del lunes se convirtió de repente en una pesadilla.
Parálisis total, pero en pocas horas la península volvió a ponerse en pie
El apagón afectó profundamente, paralizando infraestructuras vitales y silenciando la vida cotidiana de millones de personas. Las telecomunicaciones se colapsaron, las carreteras y los ferrocarriles se paralizaron, los aeropuertos se detuvieron y las tiendas y oficinas se vieron obligadas a cerrar. Sólo los hospitales pudieron seguir funcionando gracias a generadores de emergencia, en su mayoría alimentados por gasóleo. En muchas ciudades, cientos de miles de personas se echaron a la calle, obligadas a hacer largos viajes a pie hasta sus casas, y el metro y los trenes se paralizaron en todas partes.
La crisis también tuvo un impacto inmediato en la movilidad. Entre 30.000 y 35.000 personas fueron evacuadas en convoyes de trenes varados, a menudo en los túneles subterráneos del metro. Las redes telefónicas y de Internet quedaron completamente fuera de servicio. En Portugal, las autoridades ordenaron la evacuación cautelar de las escuelas y el cierre de los bancos, mientras los cajeros automáticos quedaban inutilizables. En los supermercados se compraban víveres, pero sólo en efectivo: las transacciones se anotaban a mano en hojas de papel, como en los buenos tiempos.
La respuesta de las instituciones no se hizo esperar. El Ministerio del Interior español proclamó el estado de excepción y movilizó a 30.000 agentes para garantizar el orden público. Se convocaron consejos de ministros extraordinarios en España y Portugal, y el martes por la mañana el Rey Felipe VI presidió una reunión del Consejo de Seguridad Nacional, iniciando oficialmente una investigación en profundidad.
A pesar de la magnitud de la crisis, los tiempos de restablecimiento fueron sorprendentes. A las 22.00 horas del lunes ya se habían reactivado 421 de las 680 subestaciones eléctricas existentes en España, cubriendo el 43% de la demanda. Más tarde, Red Eléctrica informó de que, el martes por la mañana, se había restablecido más del 99% del suministro. En Portugal, el operador REN anunció la vuelta completa a la normalidad ya a las 23.30 horas del lunes. Ambos operadores fueron elogiados por ENTSO-E por la rapidez y eficacia de la intervención.
¿Qué causó el apagón?
Al día siguiente del apagón, comenzó una carrera colectiva en busca de explicaciones. Políticos, técnicos, periodistas y ciudadanos de a pie se lanzaron a formular hipótesis y conjeturas, a menudo a falta de datos ciertos. El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declaró que el Gobierno aún no disponía de información concluyente, pero aseguró que «no se descarta ninguna hipótesis».
Red Eléctrica, sin embargo, descartó desde el principio una serie de pistas: ni ciberataques, ni errores humanos, ni anomalías meteorológicas importantes. «No ha habido ninguna intrusión en los sistemas de control», especificó el jefe del servicio operativo, descartando por el momento escenarios de ciberataque.
En la investigación iniciada a instancias del Gobierno participarán laAgencia Nacionalde Ciberseguridad (INCIBE) y el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), que recabarán información directamente de los operadores de red y las empresas energéticas implicadas.
Mientras tanto, algunas reconstrucciones de los medios de comunicación culparon a un supuesto fenómeno llamado«vibración atmosférica inducida«, un término ausente del léxico técnico de las redes eléctricas, que parece referirse a oscilaciones en la atmósfera debidas a cambios bruscos de temperatura o presión. Pero según los informes meteorológicos, el tiempo era perfectamente estable en el momento del apagón.
Más creíble es la pista relacionada con una desviación de la frecuencia eléctrica respecto a la canónica de 50 Hz. De hecho, una oscilación excesiva puede activar los sistemas automáticos de protección, provocando la desconexión inmediata de segmentos enteros de la red para evitar daños mayores. Algunos técnicos señalaron que, poco antes del apagón, se registraron efectivamente fluctuaciones anormales, similares a las que se produjeron -curiosamente- también en Letonia, al otro lado de la red europea interconectada ENTSO-E… y de todo el continente.

Un gráfico difundido por Philippe Jacquod, profesor de ingeniería eléctrica en las universidades de Ginebra y Suiza Occidental (HES-SO Valais-Wallis), y retransmitido por el profesor Lion Hirth, de la Escuela Hertie de Berlín, revela un detalle inquietante: unos minutos antes del apagón, la frecuencia de la red en España empezó a fluctuar notablemente, en torno a 0,15 Hz, con una amplitud de 200 milihercios. Lo más sorprendente fue la perfecta sincronización con los datos registrados en Letonia, a más de 3.000 kilómetros de distancia, lo que sugiere la existencia de una anomalía a escala continental.
Es evidente que, sólo unos minutos antes del catastrófico apagón, algo desencadenó esta oscilación, que parece no tener precedentes.
¿Por qué no han intervenido las centrales nucleares?
Otra pregunta que quedó sin respuesta de inmediato se refiere al papel -o más bien a la ausencia- de la energía nuclear. ¿Por qué los reactores españoles no consiguieron taponar la repentina caída de la producción?
España cuenta actualmente con siete reactores nucleares. El día del apagón, sin embargo, tres de ellos -los de Santa María de Garoña, Trillo y José Cabrera- ya estaban parados por motivos económicos. La excepcional producción de origen solar había reducido drásticamente los precios de la electricidad, por lo que no resultaba rentable mantenerlos en funcionamiento. Según la normativa, al menos dos reactores deben permanecer operativos para garantizar la seguridad de la red.
Sin embargo, las cuatro centrales activas -Vandellós II y Almaraz I y uno de los dos reactores de Ascó- funcionaban al 50% de su capacidad, debido a la sobreproducción fotovoltaica. Cuando la red empezó a desestabilizarse, los sistemas de control detectaron fluctuaciones de frecuencia y tensión por encima de los umbrales de seguridad. Se activó entonces la autoprotección: los reactores se apagaron automáticamente para evitar daños en los equipos.
Todas las centrales nucleares siguieron los protocolos de seguridad exigidos y quedaron aseguradas sin ningún riesgo para la población. Los generadores diésel de emergencia garantizaron el funcionamiento de los sistemas internos críticos, evitando cualquier peligro inmediato. Pero su incapacidad para contribuir a equilibrar la red en momentos cruciales abrió otro frente de reflexión sobre la fiabilidad y coordinación de la combinación energética nacional.
¿Y las centrales hidroeléctricas?
En el momento del apagón, el precio de la electricidad en el mercado mayorista español era negativo: alrededor de -1 euro por megavatio hora. Una condición paradójica que empujó a España a exportar energía no sólo a Portugal y Marruecos, sino incluso a la altamente nuclearizada Francia. Con una oferta muy superior a la demanda, la energía sobrante se destinó al bombeo hidroeléctrico: un mecanismo que consiste en elevar el agua de las cuencas bajas a las cuencas de montaña para almacenarla como reserva de energía potencial.
Sin embargo, incluso esta estrategia tiene sus limitaciones. Con los embalses llenos, las centrales hidroeléctricas ya no podían seguir almacenando energía, por lo que se cerraron parcialmente. En ese momento crucial, el sistema eléctrico nacional se encontró sin sus fuentes más fiables: las centrales hidroeléctricas estaban a plena capacidad, las centrales de gas no estaban preparadas para intervenir y las fuentes renovables, por su naturaleza intermitente, no podían garantizar la continuidad.
Así, a las 12:33, la red española se encontraba en un equilibrio extremadamente frágil. El mix energético aparecía desequilibrado casi en un 70% en fuentes de emisión cero -pero no programables por naturaleza-, sin suficiente capacidad de respuesta rápida y sin recursos de respaldo adecuados que pudieran activarse en tiempo real. ¿Qué podía fallar?

¿Todo culpa de las renovables? No, pero…
Aunque la investigación oficial sigue su curso, cada vez se presta más atención a la elevada cuota de energías renovables en la red española. El ambicioso objetivo del Gobierno de Madrid es bien conocido: alcanzar el 81% de producción renovable en 2030 y el 100% en 2050. El 16 de abril, justo una semana antes del apagón, España había celebrado un hito histórico: por primera vez, toda la demanda nacional de electricidad se había cubierto exclusivamente con fuentes renovables: la eólica cubría el 46%, la solar el 27%, la hidráulica el 23% y el resto se repartía entre la termosolar y otras fuentes estrictamente verdes.
Según algunas reconstrucciones, la primera señal de alarma pudo proceder de Extremadura, una región con una altísima concentración energética -donde se encuentra la central de Almaraz, que con 2 GW de potencia es la central nuclear más potente del país-, junto a vastas centrales hidroeléctricas y una extensa red de parques fotovoltaicos. Red Eléctrica admitió que «es muy probable que las cuotas de generación implicadas en los primeros sucesos procedieran de la energía solar».
Esto ha reavivado el debate, nunca apagado, sobre la estabilidad de las redes alimentadas mayoritariamente por energías renovables, caracterizadas por una producción por definición discontinua. El partido de extrema derecha VOX aprovechó la ocasión para atacar la política energética del Gobierno, abogando por una combinación más «equilibrada», es decir, basada en los combustibles fósiles. Pero muchos expertos se apresuraron a advertir contra las conclusiones fáciles.
«El apagón no puede atribuirse a una sola fuente», ha declarado el Comisario Europeo de Energía, Dan Jørgensen. «Ese día, el sistema se alimentó de fuentes completamente normales. No hubo nada anormal».
Y, de hecho, los imprevistos -como la desconexión repentina de una planta fotovoltaica o un apagón localizado- ya están contemplados en los protocolos de seguridad de las redes modernas. Baste decir que la pérdida simultánea registrada el día del apagón -entre 15 y 20 gigavatios- equivale a doce o quince grandes centrales de gas o nucleares, o a más de cien parques solares. No se trata, pues, de una anomalía localizada, sino de un colapso sistémico.
Redeia Corporación, el holding de Red Eléctrica, rechazó tajantemente que las renovables fueran las responsables, añadiendo además que «la interrupción no se debió a un error humano». La ministra de Transición Ecológica, Sara Aagesen, también salió en defensa de la transición ecológica: «El sistema ya ha gestionado situaciones similares en el pasado. Culpar a las renovables en este caso es simplemente inapropiado». La ministra también prometió que su departamento llevará a cabo una investigación independiente y exhaustiva sobre las causas del desastre.
Había habido un aviso, pero nadie se había dado cuenta.
Mientras tanto, surgen nuevos elementos de la investigación en curso. 5 de mayo. Más de una semana después del accidente, Sara Aagesen declara en una entrevista a la cadena pública TVE que la red eléctrica española de alta tensión sufrió más interrupciones en la generación de energía de las que se conocían inicialmente.
«Tenemos nueva información: hubo una tercera pérdida de generación» que se produjo 19 segundos antes del apagón, dijo Aagesen, señalando que se sumaba a las dos ya identificadas en los primeros minutos tras el suceso. Estamos intentando identificar las centrales» donde se produjo el colapso de generación y comprender las causas, añadió el ministro. Hasta entonces, el Gobierno había informado de dos sucesos principales: el primer colapso de producción en una central situada en el suroeste de España, seguido de un segundo, 1,5 segundos después, en la misma zona. La aparición de una tercera anomalía, incluso anterior, complica aún más el panorama y confirma que el suceso del 28 de abril tuvo una dinámica más compleja de lo que se suponía inicialmente.

La inercia y la fragilidad de una red sometida a tensión
El apagón que paralizó la Península Ibérica ha vuelto a poner en el centro del debate una cuestión bien conocida pero a menudo descuidada: la fragilidad de los sistemas eléctricos con alta penetración de renovables. La comunidad técnica es consciente desde hace tiempo de los riesgos asociados a la falta de servicios auxiliares, en particular los relacionados con la regulación de la frecuencia y la inercia del sistema, fundamentales para la estabilidad de la red.
Tradicionalmente, estos servicios los prestan grandes centrales convencionales -nucleares, termoeléctricas o hidroeléctricas- que, gracias a sus masas giratorias, ofrecen un amortiguador contra las fluctuaciones bruscas. De hecho, las turbinas giratorias, conectadas mecánicamente a los generadores, actúan como volantes de inercia: ciclan a la misma frecuencia que la red (50 Hz, es decir, cincuenta ciclos por segundo) y proporcionan la «inercia eléctrica» necesaria para absorber cualquier sacudida y ganar valiosos segundos de reacción.
Pero, con la transición energética, esta inercia se está rompiendo. Las energías renovables modernas, como la solar fotovoltaica y la eólica, no están conectadas mecánicamente a la red: funcionan mediante inversores seguidores de la red, que se limitan a sincronizarse con la red existente, sin contribuir a su estabilidad. Sin una base convencional robusta, el sistema se vuelve más vulnerable a las perturbaciones. Y el 28 de abril llegó la prueba más clara de ello.
En los minutos previos al apagón, la producción española estaba dominada por la fotovoltaica, mientras que las centrales convencionales -incluidos los reactores nucleares- funcionaban a potencia reducida. Esto redujo drásticamente la inercia disponible. Cuando una parte significativa de la generación se desconectó de repente, la red no tuvo capacidad para absorber el golpe: se produjo una reacción en cadena de desconexiones automáticas, protecciones del sistema y finalmente… el colapso general.
Algunos analistas han identificado precisamente la falta de inercia como una de las principales causas de la crisis. Pero ésta es una lectura parcial. Las fuentes capaces de proporcionar inercia -como la nuclear, la hidroeléctrica y la termosolar- estaban en cualquier caso presentes y operativas en el momento del accidente. Red Eléctrica también había introducido dispositivos específicos, como condensadores síncronos, para aumentar la inercia artificial y mejorar la respuesta dinámica de la red.
Es probable que un mayor nivel de inercia hubiera amortiguado las fluctuaciones de frecuencia que se observaron. Pero afirmar que habría evitado por completo el apagón es una conjetura, no un dato. Lo cierto es que la red española, como muchas otras en Europa, se encuentra en una compleja fase de transición en la que deben coexistir herramientas tradicionales y nuevas tecnologías. Hay soluciones alternativas: dispositivos como los volantes de inercia (volantes mecánicos) pueden proporcionar inercia de forma sostenible y sin depender de combustibles fósiles. Pero requieren tiempo, planificación e inversión estructural.
Una lección para la transición energética
Durante la crisis energética desencadenada por las sanciones contra Rusia, algunos medios conservadores no dudaron en señalar a la transición verde como causa indirecta del debilitamiento de las redes eléctricas europeas. Sin embargo, la experiencia de España y Portugal en la última década cuenta una historia muy distinta: la expansión de la energía solar y eólica ha reducido las emisiones de gases de efecto invernadero, abaratado los costes energéticos y reforzado la independencia de los combustibles fósiles importados.
Sin embargo, la tecnología actual de las energías renovables, por muy avanzada que sea, aún no es capaz de garantizar por sí sola la estabilidad de los sistemas eléctricos. Lo que se necesita es potencia de reserva sincronizada -proporcionada por centrales hidroeléctricas, nucleares o de gas- capaz de compensar la intermitencia de las fuentes no programables. En otras palabras, no basta con producir energía limpia: también hay que estar preparado para intervenir cuando el viento se detiene o el sol desaparece. Y esto requiere redes de nuevo diseño, capaces de gestionar el equilibrio inestable entre abundancia y escasez.
La transición energética nació con un impulso idealista y necesario, centrado en la sostenibilidad medioambiental y promovido desde la década de 2000 por los movimientos ecologistas mundiales. Pero en los últimos años, con la guerra de Ucrania y la consiguiente conmoción de los mercados energéticos, ha emergido con fuerza la complejidad del trilema energético: sostenibilidad medioambiental, seguridad de suministro y acceso universal a la energía. Tres objetivos que a menudo entran en tensión entre sí.
Con la vuelta de Trump a la Casa Blanca y el consiguiente giro en las políticas energéticas de EEUU, el péndulo parece haber girado hacia la seguridad energética. Y ahora, con el apagón que ha dejado a oscuras durante horas a la Península Ibérica, se corre el riesgo de perder el equilibrio entre los tres pilares.
El apagón del 28 de abril no justifica una vuelta indiscriminada a los combustibles fósiles. Pero representa una clara advertencia: la transición energética no puede ser sólo una cuestión de descarbonización. Es también, y cada vez más, un reto técnico, infraestructural y político que requiere un equilibrio entre innovación y resiliencia. Reducir las emisiones es indispensable, pero no suficiente: hay que garantizar la continuidad del servicio, la fiabilidad de la red y la seguridad del suministro. No se trata de elegir entre energía limpia y estabilidad, sino de construir un sistema capaz de ofrecer ambas. Y la verdadera prueba no será la ausencia de incidentes, sino la capacidad de afrontarlos sin perder el rumbo. Sólo abordando este nodo estructural será posible garantizar una transición energética sostenible, segura y al servicio de todos.