
En el corazón del tercer milenio ha surgido una crisis silenciosa pero profunda: la pérdida de confianza epistémica. Peter Fonagy ha esbozado sus rasgos fundamentales, vinculándolos al desarrollo de la capacidad de mentalización. En un contexto en el que la inteligencia artificial simula cada vez más señales de empatía, el riesgo es el de confiar en relaciones aparentemente auténticas pero carentes de verdadera comprensión. Este artículo explora los modos prementalizadores, las formas de regresión cognitiva que amenazan la cohesión social y el conocimiento compartido, y propone la mentalización como herramienta crucial para distinguir lo verdadero de lo falso, lo profundo de lo imitado, hasta el punto de trazar un puente entre el modo «nosotros» de Fonagy y el concepto de sostenibilidad digital elaborado por Stefano Epifani.
Una crisis silenciosa pero omnipresente: la desconfianza epistémica según Fonagy
En el corazón del tercer milenio, bajo las crisis económica, sanitaria y medioambiental, subyace una crisis más profunda: la crisis epistémica. Peter Fonagy, psicoanalista e investigador, la describe como una erosión de la confianza epistémica, es decir, de nuestra capacidad para discernir lo que es digno de confianza en el ámbito del conocimiento. No se trata sólo de dudar de las fuentes oficiales, sino de perder la brújula para orientarnos en la complejidad del mundo: ¿quién dice la verdad? ¿En quién puedo confiar para entender? El debilitamiento de esta confianza socava los cimientos de la convivencia democrática, el aprendizaje y el cambio. Fonagy vincula esta crisis a traumas relacionales tempranos, pero también a factores sociales contemporáneos como la exclusión, el aislamiento y la difusión incontrolada de información falsa.
Populismos, conspiraciones e IA: el nuevo simulacro de confianza
Ante esta pérdida de orientación, muchos buscan atajos. El populismo ofrece respuestas sencillas y tranquilizadoras, a menudo contra «enemigos» ingeniosamente construidos. Las teorías de la conspiración dan sentido a la incertidumbre convirtiéndola en una narrativa. Las redes sociales alimentan burbujas de confirmación, donde sólo se escucha lo que ya se piensa.
Pero hoy hay un actor más en escena: la inteligencia artificial generativa. Esta nueva tecnología es capaz de imitar las señales de la empatía humana -atención, comprensión, respuesta contextual-, pero sin poseer intencionalidad ni conciencia. Fonagy habla de «ilusiones ostentosas»: nuestros cerebros, evolucionados para captar señales del interés de otras personas, pueden dejarse engañar fácilmente por un chatbot que responda de forma convincente, pero que en realidad no comprenda. La inteligencia artificial valida -es decir, confirma lo que decimos- pero no marca, no desafía, no introduce discontinuidad. Así, puede reforzar falsas creencias en lugar de fomentar el crecimiento.
Mentalización: el antídoto que nos ayuda a distinguir
La mentalización es la capacidad de comprender el comportamiento propio y ajeno en términos de estados mentales: pensamientos, emociones, deseos, intenciones. Es una función compleja que se desarrolla en la interacción afectuosa y contingente entre el cuidador y el niño, y se convierte en la base de la confianza epistémica. Mentalizar significa ser capaz de decir: «Sé que crees que estoy pensando…», un juego de espejos que crea conciencia y conexión. En un mundo donde la IA simula la empatía, la mentalización nos protege de confundir la apariencia con la realidad. Gracias a ella podemos distinguir una escucha verdadera de una respuesta programada, una conexión de una simulación. Es una herramienta fundamental no sólo en psicoterapia, sino también en la vida pública y en las relaciones digitales.
Las tres trampas de la mente: modos de pre-mentalización y sus ejemplos
Según Peter Fonagy, antes del pleno desarrollo de la mentalización -que sólo se consolida en torno a los 4-5 años-, los niños interpretan el mundo a través de modalidades prementalizadoras, formas primitivas pero funcionales de interactuar con el entorno en ausencia de una representación estable de los estados mentales propios y ajenos. Estas modalidades no se abandonan completamente con el crecimiento: permanecen latentes en nuestro funcionamiento psíquico y pueden reactivarse en momentos de estrés, trauma, desorganización afectiva o en el contexto de las relaciones digitales, donde la mentalización suele verse obstaculizada o suspendida. Comprender estos modos nos ayuda a reconocer cuándo el pensamiento individual y colectivo retrocede, simplificando la complejidad de la vida psíquica en nombre de la certidumbre o la reactividad.
Existen tres modos principales de pre-mentalización:
– Equivalencia psíquica: lo que pienso es la realidad. En este modo, el mundo interno se proyecta en el mundo externo sin ningún filtro crítico. El pensamiento se experimenta como absolutamente verdadero, sin la posibilidad de que sea sólo una de las muchas interpretaciones posibles. Ejemplo individual: un adolescente que, ignorado por un amigo en WhatsApp, concluye con certeza que es odiado. Ejemplo colectivo: una comunidad que interpreta una reforma sanitaria como un ataque deliberado a su identidad cultural, sin tener en cuenta las motivaciones reales ni las pruebas científicas.
– Modo teleológico: sólo se considera real lo que tiene un efecto concreto, tangible y observable. Es el modo del niño pequeño, que evalúa la existencia del vínculo afectivo sólo si el progenitor realiza gestos concretos (coge, fija un objeto, consuela físicamente). En ausencia de estas acciones, el amor o la atención se consideran ausentes. Ejemplo individual: un niño deja caer un juguete para ver si el progenitor lo recoge, como confirmación de interés. En la vida adulta, esto puede manifestarse como la creencia de que «si no haces algo por mí, no te importo». A nivel colectivo, este modo se refleja en la pretensión de recibir servicios públicos eficientes sin contribuir con impuestos: el vínculo social sólo se reconoce si produce un beneficio inmediato, ignorando los procesos invisibles o estructurales que lo sustentan.
– Modo fingido : se habla de emociones o pensamientos de manera desconectada de la experiencia real. Es una forma de pseudomentalización en la que los contenidos afectivos se vacían de autenticidad y se utilizan como guión. La persona puede parecer reflexiva, pero en realidad no está conectada con lo que siente o piensa. Ejemplo individual: decir «me alegro por ti» sin creerlo, sólo porque se considera socialmente apropiado. Ejemplo colectivo: campañas públicas o corporativas que proclaman valores como la inclusión, la empatía o la sostenibilidad, sin que estos principios se reflejen en prácticas concretas.
Estos modos, si no se reconocen y transforman a través de la mentalización, pueden convertirse en formas rígidas de funcionamiento que alimentan el pensamiento binario, la sospecha o la dependencia de respuestas externas. En los contextos digitales, en los que faltan auténticas señales corporales y relacionales, encuentran un terreno especialmente fértil.
Mentalización en la clínica y en la sociedad: un puente entre el yo y los demás
En el ámbito clínico, la mentalización ha demostrado tener un impacto significativo en el tratamiento de trastornos complejos como los trastornos límite, antisociales y alimentarios. Las psicoterapias basadas en la mentalización (MBT) no sólo se centran en el contenido de la historia, sino que también ayudan a la persona a observar y comprender sus propias emociones y las de los demás. En un plano más amplio, las herramientas digitales que estimulan la autorreflexión -como los diarios digitales inteligentes- pueden favorecer la mentalización cotidiana, contrarrestando los automatismos, el acting out y las identificaciones rígidas.
Un ejemplo innovador en el ámbito digital es el proyecto My Smart Diary, que estimula a los pacientes con trastornos alimentarios a reflexionar sobre sus emociones, pensamientos y comportamientos a través de una interfaz interactiva y guiada, ayudando a cultivar la capacidad de mentalización y proporcionando a los terapeutas perfiles de mentalización.
Del «yo» al «nosotros»: el modo «nosotros» y la sostenibilidad digital
Fonagy propone el concepto de modo nosotros, un modo cognitivo y afectivo en el que el sujeto no piensa sólo como individuo, sino dentro de una red relacional. Es el modo en que colaboramos, compartimos objetivos, construimos significados comunes. En un mundo digital cada vez más personalizado y polarizado, la transición del modo yo al modo nosotros es un reto crucial para la salud epistémica y la cohesión social.
El concepto de sostenibilidad digital elaborado por el profesor Stefano Epifani también encaja en esta perspectiva, según la cual la innovación tecnológica no puede separarse de su impacto social, relacional y cultural. Una tecnología sólo es sostenible si mejora la calidad de las relaciones humanas y contribuye a crear contextos de confianza, cooperación y crecimiento compartido.
El modo «nosotros» de Fonagy y la sostenibilidad digital de Epifani convergen en un punto esencial: la necesidad de reorientar el uso de la tecnología no hacia el rendimiento individual, sino hacia la creación de vínculos significativos. Ya no basta con que la máquina funcione: debe contribuir a un mundo en el que sentirse comprendido no sea una ilusión algorítmica, sino una posibilidad auténtica, humana y compartida.