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Luca Longo

No todos los errores científicos se cometen de buena fe. A veces alguien está «demasiado» convencido de sus teorías y llega a falsificar datos, perjudicándose no sólo a sí mismo sino también a la credibilidad de la ciencia. Esto es un obstáculo en el camino común hacia un mundo más sostenible y requiere la rápida intervención de la comunidad científica para volver a encarrilarnos.

Un mundo en el que las elecciones alimentarias revelan secretos ocultos de nuestro carácter. Donde un simple filete nos hace egoístas, mientras que una ensalada de zanahoria nos convierte en campeones del altruismo. Un hombre nos guía por este mundo surrealista: Diederik Stapel, profesor de psicología social y… maestro de la creación de realidades alternativas. La parábola de Stapel es un ascenso meteórico seguido de una caída igual de rápida.

La teoría de la zanahoria y el filete

A principios de la década de 2000, Diederik Stapel emergió como una de las estrellas más brillantes de la psicología social. Profesor de la Universidad de Tilburg (Países Bajos), Stapel es un científico con el carisma de un influencer y la confianza de una estrella del rock. Sus investigaciones parecen responder a preguntas profundas con una sencillez desarmante. Uno de sus estudios más conocidos sugiere que los carnívoros son, por término medio, más egoístas que los vegetarianos y los veganos.

La premisa es intrigante: si renuncias a la carne para salvar a los animales y al planeta, ¿no estás demostrando altruismo intrínseco? Por el contrario, quienes se zambullen en un filete poco hecho parecen pensar más en satisfacer sus propios deseos que los de los demás. Los estudios de Stapel parecen ofrecer una confirmación científica de estos paradigmas éticos, proporcionando conclusiones perfectas para las revistas populares y para quienes gustan de un poco de moralina con una guarnición de estadísticas.

No se detiene ahí: en otro estudio, Stapel explora los efectos de los entornos sucios en el comportamiento social. Según él, estar en un entorno sucio y desordenado nos haría más racistas y menos tolerantes. Su argumento es sencillo: el desorden externo crea desorden interno. Una idea que seguramente Marie Kondo habría incluido en su libro «El poder mágico de ordenar». Estas conclusiones están dando la vuelta al mundo, proporcionando a las madres de todo el planeta una nueva arma para convencer a sus hijos de que civilicen sus habitaciones. Una genial combinación de marketing doméstico y psicología.

Genio creativo

Pero, ¿cómo consigue Stapel que los resultados sean tan limpios, tan ordenados, tan… perfectos? Cualquiera que haya investigado alguna vez sabe que los datos son como los gatos: nunca se comportan como queremos. Sin embargo, en el trabajo de Stapel, todo parece alinearse con sus suposiciones de forma milagrosa. La perfección de sus resultados no es fruto de la casualidad, sino de un proceso mucho más «creativo» de lo que cabría imaginar.

Stapel, a diferencia de sus colegas más honestos y escrupulosos, había decidido que, en lugar de dejar que los datos reales estropearan una buena historia, se limitaría a inventarse los datos. Y así lo hace. No estamos hablando de pequeñas manipulaciones o ajustes aquí y allá: estamos hablando de pura invención. Es como si, durante una partida de póquer, decidiera sacar cartas ganadoras porque no le gustan las que tiene en la mano.

La ensaladera se vuelca

A principios de 2011, algunos jóvenes investigadores de la Universidad de Tilburg, donde Diederik Stapel solía dar clases, empezaron a sospechar de sus estudios. Los problemas surgen cuando intentan replicar sus experimentos, en particular los relativos al comportamiento de carnívoros y vegetarianos y a los efectos de los ambientes sucios sobre el racismo. A pesar de seguir escrupulosamente las metodologías descritas por Stapel, los resultados no coinciden en absoluto con los publicados. Surgen las primeras dudas: Los datos de Stapel son demasiado perfectos, demasiado lineales, casi demasiado buenos para ser verdad.

Los jóvenes investigadores empiezan a comentar las anomalías con otros colegas y descubren que no son los únicos que tienen dificultades para replicar los resultados de Stapel. Otros, de hecho, han observado incoherencias en los gráficos y estadísticas presentados en sus artículos, como si algunas tendencias se hubieran «reciclado» de un experimento a otro. Su frustración fue en aumento y, guiados por algunos catedráticos, decidieron denunciar estas anomalías al comité de ética de la universidad.

La siguiente investigación interna revela el alcance del fraude: Stapel inventó conjuntos enteros de datos, incluidos participantes, condiciones y medidas, para que sus teorías parecieran más sólidas y convincentes. El 28 de noviembre de 2012, el informe conjunto de nada menos que tres comisiones de investigación establece que ha falsificado al menos 58 publicaciones y 3 contribuciones en libros científicos, una cifra escandalosa que hace temblar al mundo académico. Parece que el genio de la psicología social es en realidad un estafador en serie.

Este suceso lleva a la universidad a revisar sus procesos de supervisión y verificación, poniendo de relieve la importancia de la transparencia y la integridad en la investigación científica. La valentía de estos jóvenes investigadores y su determinación para seguir los datos, a pesar de los riesgos para sus propias carreras al cuestionar a una autoridad indiscutible, resultan cruciales para desenmascarar uno de los mayores fraudes científicos de los últimos años.

La fascinación de las historias

Es fácil imaginar a Stapel como un personaje del teatro del absurdo: un académico brillante que, en busca del giro perfecto, decide tomar atajos creativos en lugar de enfrentarse a la dura realidad de los datos empíricos. En cierto modo, su historia se parece a la de un novelista que, insatisfecho con la realidad, decide reescribirla a su gusto.

Pero, ¿qué lleva a Stapel a desviarse tan drásticamente del camino recto de la ciencia? Parte de la respuesta está en la presión por publicar, publicar y volver a publicar que domina el mundo académico. En un sistema en el que la cantidad de artículos científicos suele considerarse más importante que su calidad, algunos académicos se ven tentados por los atajos. Y si añadimos el deseo de fama y la aprobación de los colegas, obtenemos el cóctel perfecto para una tragedia académica.

La vuelta a la realidad

A Stapel le encanta contar historias y tiene un talento natural para atraer al público. En sus experimentos inventados, Stapel consigue insinuar relatos convincentes que parecen salidos directamente de una película: carnívoro contra vegano, caos contra orden, racismo contra tolerancia. Lástima que parezcan más guiones de un teatro del absurdo que representaciones de la realidad.

Seamos claros: no cabe duda de que comer carne plantea graves problemas, no sólo éticos sino también de impacto medioambiental; pero los carnívoros (o, mejor dicho, los omnívoros) no son automáticamente más egoístas que los veganos. Y un entorno sucio y desordenado ciertamente molesta y hace que uno sea menos productivo, pero no necesariamente causa más intolerancia.

Descarrilamiento y cómo retomar el camino

Al final, Stapel acepta admitir sus defectos. Su afición a contar historias y su afán de notoriedad (para bien o para mal) le llevan a escribir unas memorias – ingeniosamente tituladas «Descarrilamiento» – en las que explica cómo empezó todo cuando, para apoyar sus ideas, sustituyó un 2 inesperado, resultado de un experimento, por un 4, mucho más coherente con su teoría. Y entonces, el vicio de alterar datos se apoderó de su vida, hasta la tragedia final.

Quizá sea precisamente ese libro la principal aportación que nos deja Stapel: el análisis lúcido y desapegado de la génesis y el desarrollo de sus pulsiones, entre inseguridades, frustraciones, miedos y culpas. Al fin y al cabo, ¡por algo era profesor de psicología!

La historia de Diederik Stapel es un recordatorio para todos nosotros. La ciencia no es perfecta, pero es precisamente su imperfección lo que le permite crecer y mejorar. Incluso cuando tropieza -a veces debido a individuos como Stapel que toman el camino más fácil- la comunidad científica tiene la capacidad de autocorregirse. Los errores, cuando se descubren y se abordan, se convierten en valiosas lecciones. Y así, incluso los pasos en falso pueden contribuir al progreso.

Lo bueno es que, al final, siempre es el método científico el que prevalece. Y mientras disfrutamos de una buena ensalada de zanahoria (o, quizá sólo una vez a la semana, un poco de carne) y ordenamos nuestro desordenado escritorio, podemos dar gracias de que, a pesar de los desvíos y los errores, la ciencia siempre encuentra la manera de… devolvernos al buen camino.

Luca Longo
ESCRITO POR Luca Longo

Químico industrial, químico teórico, periodista, comunicador y divulgador científico.

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